"Lo que más admiro en los demás es la ironía, la capacidad de verse desde lejos y no tomarse en serio"
Son palabras de Jorge Luis Borges, quien a la edad de 58 años, encontrándose ya casi ciego y resultando su amor por los libros irrenunciable, buscó la ayuda de Alberto Manguel, un jovencito de 15 años que trabajaba durante el verano en una de las librerías a las que acudía con regularidad el escritor y que durante cuatro años le hizo de lector (como el de la película) y le ayudó a revisitar la obra de muchos escritores de cuentos antes de que Borges se lanzara a escribir esos fabulosos relatos que tanta fama le dieron. En sus recuerdos, Manguel que con el tiempo también se convertiría en escritor, decía de Borges:
"Borges tenía muy poca paciencia con la estupidez. Cuando algún escritor decía alguna tontería, su humor era absolutamente feroz y demolía con cuatro palabras la estupidez que fuera" "Podía ser generoso, pero una buena frase era más importante para él que un buen gesto".
Esta naturaleza sentenciosa de Borges y su afilado ingenio provocaron alguna que otra anécdota.
Se cuenta que con ocasión de una huelga contra la dictadura argentina, Borges no quiso sumarse a la misma ni dejar de dar sus clases en la Universidad. Como su posición parecía firme y se negaba a abandonar la clase, uno de los estudiantes le dijo que iba a cortar la electricidad. Borges se limitó a responder:
"No me preocupa, he tomado la precaución de ser ciego"
En otra ocasión en la que lo entrevistaban en Roma, uno de los periodistas trato de buscarle las cosquillas al educado escritor y que este perdiera la compostura y le regalara con su salida de tono un titular. Con dicho propósito no cejó en su empeño de poner en aprietos a Borges, que con mucha cintura lograba esquivar al periodista, quien ya pasando a artillería pesada le preguntó:
- ¿En su país todavía hay caníbales?
- Ya no, - dijo Borges sin descomponer el gesto - nos los comimos a todos.
La fotografía ha sido tomada de la siguiente página: https://twitter.com/borgesjorgel