sábado, 15 de junio de 2013

Aproximación a la historia de la bossa nova. El auge del movimiento

Antonio Carlos Jobim y Vinicius de Moraes
La primera canción que se considera una bossa nova se grabó en 1958. Nos referimos a Chega de Saudade, un tema compuesto por Jobim y Vinicius que grabó João Gilberto y podemos ver bajo estas líneas interpretada por el propio Gilberto y Jobim en 1988 con motivo de celebrarse los treinta años del evento.


Rápidamente la bossa se hizo tremendamente popular en Brasil y sus ecos se dejaron sentir fuera de sus fronteras. Ello se debería principalmente a los trabajos de João Gilberto, Antonio Carlos Jobim y Vinicius de Moraes, entre otros, y al interés por el ritmo nuevo que mostraron muchos músicos de jazz, como el saxofonista Stan Getz. Fue también determinante el éxito conseguido por la película de Marcel Camus Orfeo negro (1959), Palma de Oro en el Festival de Cannes y oscar a la mejor película extranjera, cuya banda sonora corrió a cargo de Jobim y Luiz Bonfá, con canciones tan famosas como A felicidade –“Tristeza não tem fim, felicidade sim”– y Manhã de Carnaval. Escuchemos ambas. La primera por el propio Jobim –acompañado, entre otros, por Jacques Morelenbaum (violoncelo), Paulo Jobim (guitarra), Danilo Caymmi (voz y flauta)– en el Festival de Jazz de Montreal de 1986. La segunda (música de Bonfá) a cargo de Bonfá y Caternina Valente en 1965.



Tres años después (1962) vería la luz la canción más popular de todas cuantas se han escrito hasta el momento dentro de la bossa nova. Estamos hablando, cómo no, de Garota de Ipanema. La anécdota que dio paso a la composición es sobradamente conocida: Tom Jobim y Vinicius de Moraes veían pasar todos los días frente al café Veloso, en el que ellos se sentaban, a una hermosa joven de 18 años (Helô Pinheiro) camino de la playa. La admiración que despertó en ellos dio lugar a Menina que passa, como en un primer momento se denomino Garota de Ipanema. Escuchemos a João Gilberto y Tom Jobim treinta años después de que fuera compuesta la canción.


Garota de Ipanema, el mayor éxito de la música brasileña, pasaría a partir de entonces a formar parte del repertorio de toda clase de músicos, hasta el punto de ser el segundo tema más versionado en el mundo, solo superado por Yesterday, de The Beatles. A través de ella la bossa sería conocida, y reconocida, internacionalmente. Decisiva fue la grabación que en 1964 realizaron Stan Getz y João Gilberto del tema, incluido en el legendario LP Getz/Gilberto, un disco que tuvo una gran repercusión a todos los niveles y sirvió para descubrir otra de las voces carismáticas de la bossa: Astrud Gilberto, entonces pareja sentimental de João. Quedarse con uno solo de los temas que figuran en este espléndido disco es prácticamente imposible, pero Garota de Ipanema es, sin duda, imprescindible. La interpretan Astrud Gilberto y Stan Getz en una actuación para televisión el mismo año que salió el álbum.


De los demás que integran este legendario álbum nos hemos decantado por Desafinado (música de Jobim, letra de Newton Mendoça) en tanto que su letra es una declaración de intenciones de lo que representaba y quería ser la bossa nova:  “Si usted dice que yo desafino, amor, / sepa que esto en mí provoca inmenso dolor / ... / Si usted insiste en clasificar / mi comportamiento de antimusical, / yo, incluso mintiendo, puedo argumentar / que esto es “bossa nova”, / que esto es muy natural / .../ Usted con su música olvidó lo principal / y es que en el pecho de los desafinados, / en el fondo del pecho late callado… / y es que en el pecho de los desafinados / ¡también late un corazón!”. En el vídeo con que finalizamos esta entrada vemos a Tom Jobim en un momento de un histórico recital que tuvo lugar en Milán en 1978. Lo presenta, sentado y con su inseparable whisky, Vinicius.



Con la casa a cuestas


De todos es sabido el esfuerzo diario de las mujeres por mantener sus hogares en orden y a salvo. Una curiosa muestra de ello es lo sucedido en 1440 en la ciudad bávara de Weinsberg cuando se encontraba sitiada por las tropas de emperador Conrado III (1093-1152). La ciudad ofrecía una resistencia desmedida que se prolongaba ya demasiado tiempo, motivo por el cual se llegó incluso dejar a la ciudad sin suministro de agua desviando el curso de un rio. Los sitiados intentaron proseguir la defensa de la ciudad, pero llegó un momento en que las reservas de agua se acabaron y no quedaba otra salida que negociar una salida honrosa al conflicto, por tal motivo acordaron rendirse a los sitiadores si eran tratados de forma benevolente. Conrado III accedió a dicha petición y prometió respetar la vida de las mujeres de la ciudad, permitiendo que marcharan con todo aquello que pudieran llevar consigo.
 
Al día siguiente la sorpresa fue mayúscula cuando las tropas sitiadoras vieron abrirse las puertas de la ciudad y un largo cortejo de mujeres empezó a desfilar ante sus ojos, pero no iban cargadas de alguna silla, ropas o cacerolas, cada una de ellas llevaba a sus espaldas a su marido, a su padre o a su hijo que eran por descontado sus posesiones más valoradas y las que pretendían salvar de la segura venganza de los sitiadores para con los varones de la ciudad que con su resistencia tantos quebraderos de cabeza les había procurado.

El emperador Conrado III quedó tan sorprendido por tal muestra de afecto y lucha por la vida que decidió perdonar la vida a todos los habitantes de la ciudad.

Una imgen y un relato



Aquel día llegó una vez más la hora del almuerzo. María, el aya, servía una suculenta sopa de ave mientras los niños con sus ropas de diario, se sentaban a la mesa en silencio como era habitual. En medio del acostumbrado ritual se abrió la puerta. El resplandor del sol impedía ver bien de quien se trababa.

Susana, la pequeña, atisbando una imagen familiar, agarró el plato con su manita y comenzó a dibujarse en ella una sonrisa. Pablo, concentrado en su sopa, miró a su hermana, y extrañado rápidamente giró la cabeza. Pero Gustavo, el mayor, ya se había dado cuenta de quién era y absorto en su vaso de agua pensaba triste para sus adentros:

-¡Mamá!...¿vendrá esta vez para quedarse?

Por Marian Otero

Esta preciosa y delicada pintura titulada "La hora del almuerzo" realizada en 1914, es obra de Zinaída Yevguénievna Serebriakova (1884-1967). Nacida en Neskuchnoye (perteneciente a la antigua URSS y actualmente Ucrania) en el seno de una de las familias más refinadas y artísticas de Rusia, la familia Benois, fue de las primeras pintoras que por aquel entonces, comenzaron a destacar en su país.

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