Paul Auster por Richard Avedon (Nueva York - 1995)
El azar y la casualidad constituyen el núcleo de sus novelas, sin embargo su éxito no es fortuito. Empezó a escribir a los doce años y estudió literatura inglesa, italiana y francesa cosechando su primer éxito profesional con las traducciones de Sartre y Mallarmé. Su creación es amplia y variada: poesía, teatro, guiones de cine, artículos y novelas (17 publicadas) reconocidas con multitud de premios. En 2006 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
FRAGMENTOS:
-Brooklyn Follies
“Estaba buscando un sitio tranquilo para morir. Alguien me recomendó Brooklyn, de manera que al día siguiente salí de Westchester y fui para allá a reconocer el terreno. No había vuelto en cincuenta y seis años, y no me acordaba de nada. Mis padres se habían ido de la ciudad cuando yo tenía tres años, pero el instinto me llevó al barrio donde habíamos vivido, arrastrándome como un perro herido al lugar donde nací. (…) Un fin silencioso para mi triste y ridícula vida.”
-Leviatán
“Nuestras escenas de amor eran mudas e intensas, un desvanecimiento a las profundidades de la inmovilidad. Fanny era toda languidez y sumisión, y yo me enamoré de la suavidad de su piel, de la forma en que cerraba los ojos siempre que yo me acercaba a ella silenciosamente por detrás y la besaba en la nuca. Durante las dos primeras semanas no deseé nada más. Tocarla era suficiente, y yo vivía para el ronroneo casi inaudible que salía de su garganta, para sentir que su espalda se arqueaba lentamente contra las palmas de mis manos.”
-La habitación cerrada (Trilogía de Nueva York)
"Vagabundeé mentalmente durante varias semanas, buscando la manera de empezar. Toda vida es inexplicable me repetía. Por muchos hechos que cuenten; por muchos datos que se muestren, lo esencial se resiste a ser contado. Decir que fulanito nació aquí y fue allá; que hizo esto y aquello, que se casó con esta mujer y tuvo estos hijos, que vivió, que murió, que dejó tras sí estos libros o esta batalla o ese puente, nada de eso nos dice mucho."
-Sunset Park
“No nos hacemos más fuertes con el paso de los años. La acumulación de penas y sufrimientos va mermando nuestra capacidad de soportar el dolor, y como el padecimiento y la tristeza son inevitables, incluso un pequeño revés en la edad tardía puede repercutir con la misma fuerza de una gran tragedia cuando éramos jóvenes.”
"Arrastrando una barca a tierra, Honfleur" (Hauling a boat ashore, Honfleur) es una sensacional pintura de un joven Claude Monet que data de 1864, solo tenía 24 años y todavía estaba perfilando su estilo pictórico, que años después desembocaría en el impresionismo y del que sin duda ya existen evidentes señas en esta obra. En ella se puede ver un colorido atardecer en la ciudad normanda de Honfleur. Monet, en compañía de Bazille, se había desplazado ese año a la zona del Canal de la Mancha, uniéndoseles después Boudin y Jongkind con el exclusivo fin de pintar paisajes de la zona. El cuadro, pintado al oleo tiene unas dimensiones de 55'2 x 82'1 cm. y se exhibe en la ciudad de Rochester, estado de Nueva York (EEUU).
Eric Hobsbawm (1917-2012) fue uno de los mejores
historiadores, si no el que más, que ha dado el siglo XX, autor de obras tan
lúcidas y clarificadoras como La era de la revolución (1962), La era
del capitalismo (1975), La era del Imperio (1987), Historia del
siglo XX (1994) o Años interesantes: una vida en el siglo XX (2002,
autobiografía). Desde mediados de los cincuenta y durante diez años
consecutivos, Hobsbawm fue columnista y comentarista de conciertos, discos y
libros en la revista The New Statesman.
El ensayo sobre Duke Ellington, del que hemos extractado los
párrafos que siguen, se publicó por primera vez en la New York Review of
Books (19-XI-1987) como reseña del libro DukeEllington, de
James Lincoln Collier (1987). Nosotros hemos consultado el texto en la versión
española que figura en el libro de Hobsbawm Gente poco corriente.
Resistencia, rebelión y jazz (Barcelona, Crítica, 1999), que recomendamos
muy sinceramente a quienes no lo conozcan.
“Entre las grandes figuras de la cultura del siglo XX,
Edward Kennedy Ellington es una de las más misteriosas. A juzgar por lo que
dice el excelente libro de James Lincoln Collier, debe ser también una de las
menos agradables: frío con su hijo, despiadado en su trato con las mujeres y
sin escrúpulos que le impidieran usar la obra de otros músicos. Pero es
innegable que ejercía una extraordinaria fascinación en las personas a las que
trataba mal y a las que era leal al mismo tiempo, entre ellas las que se
dejaron dominar por él, la mayoría de sus colegas y amantes. (...)
De hecho, nada era obvio en Duke Ellington el hombre,
excepto la máscara que siempre llevaba en público y detrás de la cual se
ocultaba su personalidad: la de hombre de mundo, afable, guapo y seductor que
se comunicaba con su público (...) Y, sin embargo, es indudable que el conjunto
de su obra jazzística, que ‘incluye cientos de composiciones completas, muchas
de ellas casi perfectas’, es uno de los principales logros de la música de su
era (1889-1974). Y también es indudable que, de no ser por Ellington, esta
música no existiría (...)
Desde hace mucho tiempo se acepta que Ellington era
fundamentalmente un músico improvisador cuyo ‘instrumento era toda una
orquesta’, y que ni tan solo podía pensar en su música excepto por medio de las
voces de los miembros de la misma. Que desde el punto de vista de musical era corto
de recursos y, por tanto, incapaz de desarrollar extensamente una idea musical
siempre fue obvio, pero, por el contrario, en 1933 ya se sabía que ningún otro
compositor, clásico o del tipo que fuese, podía vencerle en los tres minutos
que duraba un disco de 78 revoluciones (...)
Lo mejor de la obra de Ellington es lo que creó para
cabarets y salones de baile (...) Quien esto escribe, a los dieciséis años se
enamoró para siempre de la orquesta de Ellington en su mejor época, al oírla
tocar en lo que se llamaba un ‘baile-desayuno’ en un salón de baile de las
afueras de Londres ante un público atónito que no contaba para nada, salvo como
una masa oscilante de gente bailando que era lo que orquesta estaba
acostumbrada a ver ante ella. Los que nunca han oído a Ellington tocando música
para bailar o, mejor aún, en un comedor lleno de noctámbulos elegantes, donde
el verdadero aplauso consistía en el cese de las conversaciones alrededor de
las mesas, no pueden saber cómo era la mejor orquesta de la historia del jazz
cuando tocaba a gusto en su propio ambiente.
En mayor medida que cualquier otro, Ellington representaba esa
capacidad que tiene el jazz de hacer que personas sin interés por la ‘cultura’,
personas con sus pasiones, ambiciones e intereses, y con su propia manera de
satisfacerlos, se conviertan en creadores de un arte serio y, a pequeña escala,
grande. Lo demostró por medio de su propia transformación en compositor y
también por las obras de arte integradas que creó con su orquesta, una orquesta
que contenía menos artistas individuales de absoluta brillantez que otras, pero
en la cual la actuación individual extraordinaria era el fundamento de los
logros colectivos. (...)
El jazz de hoy, interpretado en gran parte por músicos
educados, a menudo con formación clásica, esencialmente para ser escuchado,
creado por una generación cuyos vínculos con el blues en gran parte han tenido
como mediadores el rock y un góspel musicalmente empobrecido, tendrá que buscar
otra manera, si puede, de dejar una huella tan grande como la que dejó el jazz
que hacían los que crecieron en la primera mitad del siglo XX”.
Les dejamos ahora con una selección de actuaciones en
directo de Duke Ellington y su Orquesta. Comenzamos con Take the
"A" Train, un tema que compuso Billy Strayhorn en 1939 y Duke
acabó adoptando como sintonía para abrir los conciertos con la orquesta. La
actuación que recoge el vídeo tuvo lugar en Nueva York en 1962.
De 1930 data Mood Indigo, una de las más populares y
mejores melodías de Ellington, que vemos en un vídeo que desconocemos cuando se
grabó.
En el vídeo siguiente la orquesta de Duke, tras un solo de
este al piano con fragmentos de algunos de sus éxitos, interpretan It Don't
Mean a Thing,composición suya de 1931, y Don't get around,
otro tema suyo de 1940.
Un bello tema del propio Duke, sumamente versionado, es Satin
Doll (1953), que este interpreta al piano, acompañado de su orquesta, en
una actuación cuya fecha y lugar no hemos conseguido determinar.
De un concierto celebrado en Ámsterdam en 1958 es la versión
que interpreta Duke con parte de su orquesta de All of Me, gran tema
compuesto por Gerald Marks y Seymour Simons en 1931.