Frédéric Chopin era hombre de pocos conciertos multitudinarios, por contra era
amante de actuaciones en lugares recogidos para pocas personas ante las que
desplegaba todo su potencial al piano y la efímera maravilla de sus
improvisaciones al teclado. En el reconocimiento de Chopin (foto de abajo) en Paris tuvo mucho
que ver Franz Liszt (foto de arriba), pero no es menos cierto que entre ambos existía una sana
rivalidad, sobre todo por parte del animal escénico que era Liszt por acaparar
la atención del público. Al respecto escribió en cierta ocasión, Joseph Nowakoski,
un amigo de Liszt:
"Una noche, cuando Chopin, Liszt, yo y otros amigos
estábamos en el salón, Fréderic se sentó al piano. Un instante después una
polilla cayó dentro de la lámpara, apagándola. "Apagad tambien las otras
lámparas -pidió él- la luna será suficiente." Entonces comenzó a
improvisar y tocar durante casi una hora. ¡Y qué improvisación en la penumbra! Me
es imposible describirla, porque los sentimientos que despertaban los dedos
mágicos de Chopin no son traducibles en palabras.
Cinco
días después nos reunimos nuevamente en el mismo lugar y a la misma hora. Liszt
pidió a Chopin que volviera a tocar, susurrándole luego unas palabras al oído.
Los presentes nos dedicamos a apagar las luces y descorrer las cortinas, y
cuando ocupamos nuestros asientos el gran virtuoso inició un nuevo recital
privado a la luz de la luna. Comenzó con la misma composición que la vez
anterior, agregando nuevas variaciones e improvisaciones de inconfundible sello
chopiniano. Al finalizar, el ejecutante encendió un fósforo y dio luz a la
lámpara que había sobre el piano. No era Chopin, sino Franz Liszt, que lo había
sustituido aprovechando la escasa iluminación. Ante la estupefacción general,
preguntó a su rival:
Liszt: -¿Qué piensas ahora, Frédéric? -
Chopín: - Lo que sin duda piensan todos. Hasta yo mismo creí
que se trataba de Chopín
Liszt: - Ya lo ves, Liszt puede ser Chopin, si lo desea.
Pero ¿puede ser Chopin Franz Liszt?
No cabe duda del inmenso genio de Liszt y muchas de sus
obras me resultan bellísimas cuando no rebosantes de energía y talento, pero son más las veces que mis oídos
y mi cerebro prefieren deleitarse con los irrepetibles valses, mazurkas,
polonesas o nocturnos de Chopin. Y es que nadie se acerca aunque sea mínimamente al
nivel de originalidad alcanzado por este polaco en sus pequeñas piezas pianísticas, a quien sin duda no le hacía
ninguna falta ser Liszt para con un catalogo de obras mucho más reducido que el
de este último ocupar un puesto de honor entre los más grandes, un club en el que
Liszt, siendo también soberbio, no deja de llamar a la puerta para ver si le
dejan entrar. Y es que como decía el pianista Joaquín Achúcarro (ya lo citábamos
hace unos días):
"Bach habla al universo, Beethoven, a la humanidad, y
Chopin a cada uno de nosotros"
Intentando evitar las clásicas piezas lánguidas y maravillosamente
cargadas de sentimiento que se suelen elegir para ilustrar el talento de
Chopin, hoy os dejo otra de un talante muy diferente, el dificilísimo Estudio
op. 10 nº 4, en manos de Sviatoslav Richter, a modo de prueba de que si Chopin
quería ser tan apabullante como Liszt, podía hacerlo fácilmente. Os podría llegar
a parecer que la imagen está acelerada, pero no es el caso. Richter era un
verdadero monstruo al piano... aunque no tanto como Chopin.
De Liszt, ahora debería venir "La Campanella", pero pondré la versión para piano de su Rapsodia Húngara
nº 2 por Valentina Lisitsa, pieza especialmente apreciada por mi hijo:
El relato de Nowakoski viene recogido en el mágnifico libro "Historias insólitas de la Música" (Lawrence Lindt - Ma non Troppo - 2010)
Las imágenes han sido tomadas de las siguientes páginas:
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