”Denis Finch-Hatton no tenía otro hogar en África que la granja. Vivía en mi casa entre safaris y allí tenía sus libros y su gramófono. Cuando él volvía a la granja, esta se ponía a hablar; hablaba como pueden hablar las plantaciones de café, cuando con los primeros aguaceros de la estación de las lluvias florecía, chorreando humedad, una nube de tiza. Cuando esperaba que Denis volviera y escuchaba su automóvil subiendo por el camino, escuchaba, al mismo tiempo, a las cosas de la granja; venía solo cuando quería venir, y ella percibía en él una cualidad que el resto del mundo no conocía, humildad. Siempre hizo lo que quiso, nunca hubo engaño en su boca.
Había un rasgo en el carácter de Denys que para mí lo hacía especialmente precioso, y era que le gustaba que le contaran historias. …
Denys, que vivía principalmente a través del oído, prefería escuchar un cuento que leerlo; cuando llegaba a la granja me preguntaba:
-¿Tienes algún cuento?
Durante su ausencia yo preparaba muchos. Por las noches se ponía cómodo tendiendo cojines hasta formar como un sofá junto al fuego y yo me sentaba en el suelo, las piernas cruzadas como la propia Scherezade, y él escuchaba, atento, un largo cuento desde el principio hasta el fin.”
Imagen: Karen Blixen y Denys Finch