miércoles, 21 de noviembre de 2012
Hermann Hesse.- Narciso y Goldmundo, 1930
"No existe ningún más allá. El árbol seco está definitivamente muerto, el pájaro aterido jamás vuelve a la vida; y lo mismo le acontece al hombre en cuanto fenece. Cuando se ha ido, pueden seguir pensando en él por algún tiempo todavía, pero tampoco esto dura mucho."
Imagen.- Frank C Pape
José Ortega y Gasset.- Carta a un joven argentino, 1924
“Me ha complacido mucho su carta, amigo mío. Encuentro en ella algo que es hoy insólito encontrar en un joven, y especialmente en un joven argentino: pregunta usted algunas cosas. Es decir: admite usted la posibilidad de que las ignora. Ese poro de ignorancia que deja usted abierto en el área pulimentada de su espíritu, lo salvará. Créame: no hay nada más fecundo que la ignorancia consciente de sí misma. Desde Platón hasta la fecha los más agudos pensadores no han encontrado mejor definición de la ciencia que el título propuesto por el gran cusano a uno de sus libros: “De docta ignorantia”. La ciencia es, ante y sobre todo, un docto ignorar. Por la sencilla razón de que las soluciones, el saber que se sabe, son en todos sentidos algo secundario con respecto a los problemas. Si nos e tiene clara noción de los problemas mal se puede proceder a resolverlos. Además, por muy seguras que sean las soluciones, su seguridad depende de la seguridad de los problemas. Ahora bien: darse cuenta de un problema es advertir ante nosotros la existencia concreta de algo que no sabemos lo que es; por tanto, es un saber que no sabemos. Quien no sienta voluptuosamente esta delicia socrática de la concreta ignorancia, esa herida, ese hueco que hace el problema en nosotros, es inepto para el ejercicio intelectual.
…La juventud argentina que conozco me inspira (¿por qué no decirlo?) más esperanza que confianza. Es imposible hacer nada en el mundo si no se reúne esta pareja de cualidades: fuerza y disciplina. La nueva generación goza de una espléndida dosis de fuerza vital, condición primera de toda empresa histórica, y por eso espero en ella. Pero a la vez sospecho por completo de su disciplina interna, sin la cual la fuerza se disgrega y volatiliza. Por eso desconfío de ella. No basta la curiosidad para ir a las cosas. Hace falta rigor mental para hacerse dueño de ellas. En el pensamiento joven argentino encuentro demasiado énfasis y poca precisión. ¿Cómo confiar en gente enfática? Nada urge tanto en sudamérica como una general estrangulación del énfasis. Hay que ir a las cosas sin más. El sudamericano, por razones que no viene al caso analizar aquí, propende al narcisismo. Al mirar las cosas no “abandona” su mirada sobre éstas, sino que tiende a hacer de ellas un espejo donde contemplarse. De aquí que, en vez de penetrar en su interior, se queda casi siempre ante la superficie, ocupado en dar representación de sí mismo y ejecutar cuadros plásticos. Pero la ciencia y las letras no consisten en tomar posturas delante de las cosas, sino en irrumpir dentro de ellas merced a un viril apetito de perforación. Son ustedes más sensibles que precisos, y mientras esto no varíe, dependerán ustedes íntegramente de Europa en el orden intelectual. Porque, al ser sensible, toda idea graciosa y fértil que se produzca en Europa conmoverá, quieran o no, el fino receptor que es su organismo. Pero al querer reaccionar frente a la idea recibida: juzgarla, refutarla, valorarla y proponerle otra, encontrarán ustedes dentro de sí es vaguedad, esa falta de criterio certero, firme, seguro de sí mismo que sólo se obtiene mediante rigurosa disciplina.
Siempre me ha sorprendido la desproporción entre la inteligencia, a menudo espléndida, de los sudamericanos y esa otra facultad que es el criterio. tal vez en horas de sinceridad consigo mismo percibe, todo buen intelectual sudamericano, ese extraño secreto de la insuficiencia de su criterio. Cualquiera sea su énfasis hacia el exterior (énfasis que en ocasiones se eleva a petulancia) en el fondo insobornable que arrastra todo hombre consigo se le advierte que no está seguro de sí mismo en el difícil manejo de las ideas…
La nueva generación necesita completar sus magníficas potencias con una rigurosa disciplina interior. Yo quisiera ver en los grupos de jóvenes la severa exigencia de ella. Pero acontece que veo lo contrario: un apresurado afán por reformar el universo, la sociedad, el Estado, la Universidad, todo lo que fuera, sin previa reforma y construcción de la intimidad. En este punto no pactaré jamás con ustedes y me hallarán irreductible…
Ortega y Gasset, carta a un joven argentino que estudia filosofía, 1924)
Miguel de Unamuno.- Del Sentimiento trágico de la vida
“Varias veces, en el errabundo curso de estos ensayos, he definido, a pesar de mi horror a las definiciones, mi propia posición frente al problema que vengo examinando, pero sé que no faltará nunca el lector, insatisfecho, educado en un dogmatismo cualquiera, que se dirá: “Este hombre no se decide, vacila; ahora parece afirmar una cosa, y luego la contraria: está lleno de contradicciones; no le puedo encasillar; “¿qué es?”. Pues eso, uno que afirma contrarios, un hombre de contradicción y de pelea, como de sí mismo decía Job: uno que dice una cosa con el corazón y la contraria con la cabeza, y que hace de esta lucha su vida. Más claro, ni el agua que sale de la nieve de las cumbres.
Se me dirá que ésta es una posición insostenible, que hace falta un cimiento en que cimentar nuestra acción y nuestras obras, que no cabe vivir en contradicciones, que la unidad y la claridad son condiciones esenciales de la vida y del pensamiento, y que se hace preciso unificar éste. Y seguimos siempre en lo mismo. Porque es la contradicción íntima precisamente lo que unifica mi vida, le da razón práctica de ser.
O más bien es el conflicto mismo, es la misma apasionada incertidumbre lo que unifica mi acción y me hace vivir y obrar.
Pensamos para vivir, he dicho; pero acaso fuera más acertado decir que pensamos porque vivimos, y que la forma de nuestro pensamiento responde a la de nuestra vida. Una vez más tengo que repetir que nuestras doctrinas éticas y filosóficas, en general, no suelen ser sino la justificación a posteriori de nuestra conducta, de nuestros actos. Nuestras doctrinas suelen ser el medio que buscamos para explicar y justificar a los demás y a nosotros mismos nuestro propio modo de obrar. Y nótese que no sólo a los demás, sino a nosotros mismos. El hombre, que no sabe en rigor por qué hace lo que hace y no otra cosa, siente la necesidad de darse cuenta de su razón de obrar, y la forja. Los que creemos móviles de nuestra conducta no suelen ser sino pretextos. La mismo razón que uno cree que le impulsa a cuidarse para prolongar su vida, es la que en la creencia de otro le lleva a éste a pegarse un tiro.
No puede, sin embargo, negarse que los razonamientos, las ideas, no influyan en los actos humanos, y aun a las veces los determinen por un proceso análogo al de la sugestión en un hipnotizado, y es por la tendencia que toda idea -que no es sino un acto incoado o abortado- tiene a resolverse en acción. Esta noción es la que llevó a Fouillée a lo de las ideas-fuerzas. Pero son de ordinario fuerzas que acomodamos a otras más íntimas y mucho menos conscientes.
[...]
Mi conducta ha de ser la mejor prueba, la prueba moral de mi anhelo supremo; y si no acabo de convencerme, dentro de la última o irremediable incertidumbre, de la verdad de lo que espero, es que mi conducta no es bastante pura. No se basa, pues, la virtud en el dogma, sino éste en aquella, y es el mártir el que hace la fe más que la fe al mártir. No hay seguridad y descanso –los que se pueden lograr en esta vida, esencialmente insegura y fatigosa- sino en una conducta apasionadamente buena.
[...] ¿Cuál es nuestra verdad cordial y antirracional? La inmortalidad del alma humana, la de la persistencia sin término alguno de nuestra conciencia, la de la finalidad humana del Universo. ¿Y cuál su prueba moral? Podemos formularla así: obra de modo que merezcas a tu propio juicio y a juicio de los demás la eternidad, que te hagas insustituible, que no merezcas morir. O tal vez así: obra como si hubieses de morirte mañana, pero para sobrevivir y eternizarte. El fin de la moral es dar finalidad humana, personal, al Universo; descubrir la que tenga –si es que la tiene- y descubrirla obrando.
Hace ya más de un siglo, en 1804, el más hondo y más intenso de los hijos espirituales del patriarca Rousseau, el más trágico de los sentidores franceses... escribió las palabras que van como lema a la cabeza de este capítulo: “El hombre es perecedero. Puede ser, mas perezcamos resistiendo, y si es la nada lo que nos está reservada, no hagamos que sea esto justicia”. Cambiad esta sentencia de su forma negativa en la positiva diciendo: “Y si es la nada lo que nos está reservado, hagamos que sea una injusticia esto”, y tendréis la más firme base de acción para quien no pueda o no quiera ser una dogmático.
[...] Sí, merece eternizarse todo, absolutamente todo, hasta lo malo mismo, pues lo que llamamos malo, al eternizarse perdería su maleza, perdiendo su temporalidad. Que la esencia del mal está en su temporalidad, en que no se enderece a fin último y permanente.
Y no estaría acaso de más decir aquí algo de esa distinción, una de las más profundas que hay, entre lo que suele llamarse pesimismo y el optimismo, confusión no menor que la que reina al distinguir el individualismo del socialismo. Apenas cabe ya darse cuenta de qué sea eso del pesimismo.
[...] Pero de todos modos, tomemos el lema calderoniano en su La vida es sueño: que estoy soñando y que quiero obrar bien, pues no se pierde el hacer bien aun en sueños.
¿De veras no se pierde? ¿Lo sabía Calderón? Y añadía: Acudamos a lo eterno que es la fama vividora, donde ni duermen las dichas ni las grandezas reposan. ¿De veras lo sabía Calderón?
Calderón tenía fe, robusta fe católica; pero al que no puede tenerla, al que no puede creer en lo que don Pedro Calderón de la Barca creía, le queda siempre lo de Obermann.
Hagamos que la nada, si es que no está reservada, sea una injusticia; peleemos contra el destino, y aun sin esperanzas de victoria; peleemos contra él quijotescamente.
Y no sólo se pelea contra él anhelando lo irracional, sino obrando de modo que nos hagamos insustituibles, acuñando en los demás nuestra marca y cifra; obrando sobre nuestros prójimos para no dominarlos, dándonos a ellos, para eternizarnos en lo posible.
Ha de ser nuestro mayor esfuerzo el de hacernos insustituibles, el de hacer una verdad práctica el hecho teórico –si es que esto de hecho teórico no envuelve una contradicción in adiecto- de que es cada uno de nosotros único e irremplazable, de que no pueda llenar otro el hueco que dejamos al morirnos.
Cada hombre es, en efecto, único e insustituible; otro yo no puede darse; cada uno de nosotros –nuestra alma, no nuestra vida- vale por el Universo todo. Y digo el espíritu y no la vida, porque el valor, ridículamente excesivo, que conceden a la vida humana los que no creyendo en la realidad en el espíritu, es decir, en su inmortalidad personal, peroran contra la guerra y contra la pena de muerte, verbigracia, es un valor que se lo conceden precisamente por no creer de veras en el espíritu, a cuyo servicio está la vida. Porque sólo sirve la vida en cuanto a su dueño y señor, el espíritu, sirve, y si el dueño perece con la sierva, ni uno ni otra valen gran cosa.
Y el obrar de modo que sea nuestra aniquilación una injusticia, que nuestros hermanos, hijos y los hijos de nuestros hermanos y sus hijos, reconozcan que no debimos haber muerto, es algo que está al alcance de todos”.
El Graduado (Mike Nichols, 1967).- Fragmentos del guion
"― ¡Por dios señora Robinson. Me hace entrar a su casa, me da un trago, pone música, me habla acerca de su vida personal, dice que su esposo tardará [...] ― ¿Y? ― ¡Usted está tratando de seducirme!"
"Es como estar en un juego con reglas sin sentido creadas por las personas equivocadas."
"― Quiero decirte una palabra. Solamente te diré una palabra. ― Lo escucho señor. ― ¿Estás atento? ― Sí, señor. ― Plásticos."
"― ¿No te atraigo? ― No es eso, es la amiga más atractiva de mis padres."
"Yo diría que estoy flotando a la deriva en la piscina [...] es agradable dejarse llevar"
"Desde que me gradué siento el deseo de actuar compulsivamente todo el tiempo."
"Te amo, pero no funcionaría."
"-Repite eso
-Voy a casarme con Eleine Robinson
-Jajajaja ¡Bien, bien, bien!
-¿Qué es lo que pasa?
-Ben dice que él y Eleine van a casarse
-Jajajaja ¡No puedo creerlo!
-¿Eso es lo que has dicho no?
-Si, hoy me voy a Berkeley
-¡Oh, Ben, Jajajajaja!
-¡Oh, jajaja, que alegría!
-¡Vámos a llamar a los Robinson, esto tenemos que celebrarlo!
-No, creo que tendréis que esperar
-¿Ellos no lo saben?
-No, no lo saben.
-Pues...¿Cuando se ha decidido?
-Hace una hora
-Eh...Espera un momento. ¿Has hablado con Elaine esta mañana?
-No, ella no sabe nada.
-¿Quieres decir que ella no sabe que vas a Berkeley?
-No, en realidad lo que no sabe es que vamos a casarnos
-¿Pero habreis hablado del asunto?
-No hemos hablado
-¿No habeis hablado?
-Ben, por lo que veo todo está muy verde
-No, no lo está, está muy maduro, ya he tomado la decisión
-Pero...¿Querrá ella casarse contigo?
-No, no querrá, a decir verdad no le gusto lo más mínimo. "
Poesía: "Las hojas y los días" - Carmen Rubio López
"Nunca nadie
sabrá cuando murió, la cerradura
se irá cubriendo de un lejano polvo.
Francisco Brines
Van cayendo las hojas del jardín;
también el calendario se deshoja.
Sólo quedan en pie
sus muros; los retratos
con los rostros de entonces,
los enseres de ayer con su fatiga,
igual que vidas rotas o libros amarillos.
El tiempo es un ritual en el que muestra
finjida lejanía.
Simula que ese tren que nos recoja,
llegará con retraso a los andenes
muy cansado, tal vez, por el viaje.
Entretanto persiste en su silencio.
Sólo el rumor del aire que se cuela
por la estrecha rendija del postigo cerrado,
y el canto de los pájaros tardíos,
nos cuentan que en la tarde se engalana
con prendas verdiazules por el borde del mar.
Fuera se va tendiendo,
como ropa a secar, la luz por los tejados.
¡Si pudiera en la noche,
algún astro bajar a cerrarle los ojos!
Quizás dentro del sueño
pudiera recorrer aquel camino
que traza la inocencia,
donde la luz cambiaba con nosotros
su juventud, su todo por llegar.
Sólo le queda hoy un campo sin cosecha.
La juventud perdida llama y llama
con fuerza en sus oídos.
En su rincón más hondo,
paciente, va apilando el tiempo y su ceniza.
El poema es de nuestra amiga Carmen Rubio López, que gentilmente nos lo ofrece para el disfrute de todos. Pertenece a su poemario "Soliloquio de invierno" del apartado "La casa". Obutvo el premio "Rosalía de Castro" Casa de Galicia en Córdoba. Diputación de Córdoba. ¡Gracias Carmen! (Pizca)
Van cayendo las hojas del jardín;
también el calendario se deshoja.
Sólo quedan en pie
sus muros; los retratos
con los rostros de entonces,
los enseres de ayer con su fatiga,
igual que vidas rotas o libros amarillos.
El tiempo es un ritual en el que muestra
finjida lejanía.
Simula que ese tren que nos recoja,
llegará con retraso a los andenes
muy cansado, tal vez, por el viaje.
Entretanto persiste en su silencio.
Sólo el rumor del aire que se cuela
por la estrecha rendija del postigo cerrado,
y el canto de los pájaros tardíos,
nos cuentan que en la tarde se engalana
con prendas verdiazules por el borde del mar.
Fuera se va tendiendo,
como ropa a secar, la luz por los tejados.
¡Si pudiera en la noche,
algún astro bajar a cerrarle los ojos!
Quizás dentro del sueño
pudiera recorrer aquel camino
que traza la inocencia,
donde la luz cambiaba con nosotros
su juventud, su todo por llegar.
Sólo le queda hoy un campo sin cosecha.
La juventud perdida llama y llama
con fuerza en sus oídos.
En su rincón más hondo,
paciente, va apilando el tiempo y su ceniza.
El poema es de nuestra amiga Carmen Rubio López, que gentilmente nos lo ofrece para el disfrute de todos. Pertenece a su poemario "Soliloquio de invierno" del apartado "La casa". Obutvo el premio "Rosalía de Castro" Casa de Galicia en Córdoba. Diputación de Córdoba. ¡Gracias Carmen! (Pizca)
Párrafos de "Tuareg" - Alberto Vázquez Figueroa
"Era un mar de cuerpos de mujeres desnudas, tumbadas al sol, con la piel dorada, a veces cobriza y hasta roja en las crestas de las cumbres más viejas, pero eran cuerpos inmensos, con pechos quesuperaban a veces los doscientos metros de altura, traseros de un kilómetro de diámetro, y largas piernas, inacabables piernas, inaccesibles piernas, por las que los camellos ascendían pesadamente, resbalando, chillando y mordiendo, amenazando a cada instante con flanquear y caer redondos hasta el pie de la duna para no levantarse más y concluir devorados por la arena"
"La noche había cerrado sobre la llanura pedregosa, la primera hiena rió a lo lejos y tímidas estrellas parpadearon en un cielo que pronto se cuajaría de ellas, en un portentoso espectáculo que nunca se cansaba de admirar, pues eran, quizás, esas estrellas de las noches en calma, las que le ayudaban a continuar en la brecha tras todo un largo día de calor, tedio y desesperanza. "Los tuareg pinchan con sus lanzas las estrellas, para alumbrar con ellas los caminos..." Era un hermoso dicho del desierto; nada más que una frase, pero quien la inventó conocía bien aquellas noches y aquellas estrellas, y sabía lo que significaba contemplarlas durante horas tan de cerca. Tres cosas le fascinaron desde niño: una hoguera, el mar rompiendo contra las rocas de un acantilado, y las estrellas en un cielo sin nubes. Mirando el fuego se olvidaba de pensar; mirando el mar se sumergía en los recuerdos de su infancia, y contemplando la noche se sentía en paz consigo mismo, con el pasado, el presente, y aún casi en paz con su propio futuro"
"Gacel conocía bien a los guías tuareg y le constaba que cuando uno de ellos equivocaba el rumbo, persistía en su error hasta sus últimas consecuencias, porque ese error significaba haber perdido por completo la noción del espacio, las distancias y el punto en que se encontraba, y ya no le quedaba otra solución que buscar la salvación en continuar adelante y confiar en que su instinto le guiara hasta el agua. Los guías tuareg odiaban cambiar de ruta si no estaban plenamente convencidos de que sabían hacia dónde se dirigían, pues, por tradición sabían, desde siglos atrás, que nada hay peor en el desierto, y nada agota y desmoraliza más a los hombres, que vagar de un lado a otro sin destino concreto. Por ello, sin duda, el guía de la “Gran Caravana”, cuando por alguna circunstancia que nunca conocería nadie, se descubrió de pronto inmerso en el desconocido universo de “la tierra vacía”, debió optar por seguir su rumbo, confiando en que Alá hiciera el camino mucho más corto de lo que era en realidad."
"La noche había cerrado sobre la llanura pedregosa, la primera hiena rió a lo lejos y tímidas estrellas parpadearon en un cielo que pronto se cuajaría de ellas, en un portentoso espectáculo que nunca se cansaba de admirar, pues eran, quizás, esas estrellas de las noches en calma, las que le ayudaban a continuar en la brecha tras todo un largo día de calor, tedio y desesperanza. "Los tuareg pinchan con sus lanzas las estrellas, para alumbrar con ellas los caminos..." Era un hermoso dicho del desierto; nada más que una frase, pero quien la inventó conocía bien aquellas noches y aquellas estrellas, y sabía lo que significaba contemplarlas durante horas tan de cerca. Tres cosas le fascinaron desde niño: una hoguera, el mar rompiendo contra las rocas de un acantilado, y las estrellas en un cielo sin nubes. Mirando el fuego se olvidaba de pensar; mirando el mar se sumergía en los recuerdos de su infancia, y contemplando la noche se sentía en paz consigo mismo, con el pasado, el presente, y aún casi en paz con su propio futuro"
"Gacel conocía bien a los guías tuareg y le constaba que cuando uno de ellos equivocaba el rumbo, persistía en su error hasta sus últimas consecuencias, porque ese error significaba haber perdido por completo la noción del espacio, las distancias y el punto en que se encontraba, y ya no le quedaba otra solución que buscar la salvación en continuar adelante y confiar en que su instinto le guiara hasta el agua. Los guías tuareg odiaban cambiar de ruta si no estaban plenamente convencidos de que sabían hacia dónde se dirigían, pues, por tradición sabían, desde siglos atrás, que nada hay peor en el desierto, y nada agota y desmoraliza más a los hombres, que vagar de un lado a otro sin destino concreto. Por ello, sin duda, el guía de la “Gran Caravana”, cuando por alguna circunstancia que nunca conocería nadie, se descubrió de pronto inmerso en el desconocido universo de “la tierra vacía”, debió optar por seguir su rumbo, confiando en que Alá hiciera el camino mucho más corto de lo que era en realidad."
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