domingo, 20 de enero de 2013

Marilyn Monroe y los críticos

Marilyn Monroe en una prueba de vestuario para "Niagara" - 1953
Época en que empezaba a afianzarse su estrellato en Hollywood

En cierta ocasión, el dramaturgo y guionista francés Marcel Achard acompañó a un amigo suyo, crítico de cine, al visionado de una película de Marilyn Monroe. Damos por sentado que sería uno de aquellos filmes de la primera época de MM en la que todavía sus papeles eran meramente decorativos, como en "Amor en conserva", "La jungla de asfalto" o "Eva al desnudo" y  tantas otras en las que participó antes de que se convirtiera en el centro de todas las miradas. Al salir de la sala, el crítico comentó cáusticamente:

-"Es una chica muy mona, pero como actriz no vale nada. La voy a destrozar en mi crítica"
- "Pues mándame los trozos a casa" - le replicó Marcel Achard, con mucha más vista.

Marilyn Monroe en una prueba de vestuario de "Los caballeros las prefieren rubias" - 1953

 
Marilyn Monroe en una foto promocional de "Bus Stop" - 1956.
En esta época ya era toda una estrella, aunque quedarían por llegar:
 "Con faldas y a lo loco", "El multimillonario" y "Vidas Rebeldes"

Fragmento de "El rayo de Luna" - Gustavo Adolfo Becquer



GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
RIMAS Y LEYENDAS (Fragmento de "El rayo de luna")

"-¡No! ¡No! -exclamó el joven incorporándose colérico en su sitial-; no quiero nada... es decir, sí quiero... quiero que me dejéis solo... Cantigas... mujeres... glorias... felicidad... mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué?, para encontrar un rayo de luna.

Manrique estaba loco: por lo menos, todo el mundo lo creía así. A mí, por el contrario, se me figuraba que lo que había hecho era recuperar el juicio."


Este fragmento nos ha sido propuesto por el amigo Pertegal Stark Víctor. Gracias Pertegal!

La foto es de Brassaï, y tiene por título: "Tres árboles y el Pont Neuf" (Paris) - 1945

Entrevista a Óscar Wilde (por Edward Carson)



WILDE.–No creo que ningún libro u obra de arte haya tenido nunca ninguna repercusión sobre la moralidad.
CARSON.–¿Sería exacto decir que Vd. no tiene en cuenta sus repercusiones en lo que atañe a la producción de efectos morales o inmorales?
WILDE.–Desde luego, no las tengo en cuenta.
CARSON.–En lo que atañe a sus propias obras, ¿asume Vd. una actitud indiferente sobre la cuestión de su moralidad o inmoralidad?
WILDE.–No sé si emplea Vd. el término “asume” en una acepción determinada.
CARSON.–¿No es uno de sus términos favoritos?
WILDE.–¿Vd. cree? Pero no asumo ninguna posición al respecto. Cuando escribo una comedia o un libro, me interesa solamente la literatura, es decir, el arte. No intento hacer el bien o el mal; pretendo crear un objeto que posea determinadas cualidades estéticas.
CARSON.–Escuche, por favor. Veamos una de las “Frases y Filosofías para uso de la juventud” que Vd. ha escrito. “La maldad es un mito inventado por las personas de orden para explicar la curiosa capacidad de atracción de los demás”. ¿Cree Vd. que eso es cierto?
WILDE.–Pocas veces creo que cualquier cosa que escribo sea cierta.
CARSON.–¿Ha dicho Vd. “pocas veces”?
WILDE.–He dicho “pocas veces”. Pero podría haber dicho “nunca”. Nunca creo que sea cierta en el verdadero sentido de la palabra.
CARSON.–“Las religiones mueren cuando demuestran que son verdaderas”. ¿Es cierto?
WILDE.–Sí; esa es mi opinión. Sugiero una filosofía de la absorción de las religiones por la ciencia; pero creo que es una cuestión demasiado importante para abordarla en este momento.
CARSON.–¿Piensa que se trataba de un axioma prudente para insertarlo entre las máximas dedicadas a la juventud?
WILDE.–Creo que es un axioma enormemente sugerente.
CARSON.–“Si uno dice la verdad, está seguro más pronto o más tarde de haberla descubierto”.
WILDE.–Se trata de una divertida paradoja, pero no le atribuyo demasiada importancia.
CARSON.–¿Es adecuada para los jóvenes?
WILDE.–Todo lo que incita a pensar es adecuado, cualquiera que sea la edad del lector.
CARSON.–¿Con independencia de que sea moral o inmoral?
WILDE.–No hay pensamientos morales o inmorales. Sólo hay emociones inmorales.
CARSON.–“La única cosa por la que merece la pena vivir es el placer”.
WILDE.–Pienso que el primer objetivo de la vida es la propia realización, y es más hermoso realizarse a través del placer que del dolor. En ese punto, estoy plenamente de acuerdo con los antiguos, con los griegos. Se trata de una idea pagana.
CARSON.–“Una verdad deja de serlo cuando más de una persona cree en ella”.
WILDE.–Exactamente. Esa sería mi definición metafísica de la verdad: algo tan personal que la misma verdad no puede ser simultáneamente captada por dos mentes.
CARSON.–“La condición perfecta es la ociosidad; el acto perfecto es la juventud”.
WILDE.–Desde luego, eso es lo que creo. La amistad es verdad. La vida superior es la contemplativa, como admiten los filósofos.
CARSON.–“Hay algo trágico en el enorme número de jóvenes que viven en Inglaterra en la época actual: empiezan su vida con perfiles perfectos y acaban por adoptar alguna profesión útil”.
WILDE.–Me inclino a pensar que los jóvenes tienen el suficiente sentido del humor.
CARSON.–¿Encuentra ingeniosa esa máxima?
WILDE.–Pienso que es una divertida paradoja, un divertido juego de palabras.
CARSON.–¿Cuál sería a juicio de cualquiera el efecto de las Frases y Filosofías en conexión con un artículo como El sacerdote y el acólito?
WILDE.–Desde luego, fue la idea que podría formarse lo que me planteó las mayores reservas a la narración. Me di cuenta inmediatamente de que máximas que son absolutamente ilógicas, paradójicas o como usted quiera llamarlas, podrían ser leídas conjuntamente con ella.
CARSON.–¿Después de las críticas de que fue objeto Dorian Grey modificó usted sensiblemente la novela?
WILDE.–No. Introduje algunos pasajes nuevos. Se me indicó –no en un periódico ni en una publicación semejante, sino por el único crítico de este siglo cuyo juicio tengo en alta estima, el señor Walter Pater– que determinado pasaje era susceptible de ser mal interpretado, e hice algunos añadidos en él.
CARSON.–En su prefacio a Dorian Grey, usted dice: “Un libro no es en modo alguno moral o inmoral. Los libros están bien o mal escritos”. ¿Esa frase expresa su opinión?
WILDE.–Mi opinión acerca del arte, desde luego.
CARSON.–Por consiguiente, supongo que un libro, por inmoral que sea si está bien escrito, es, en su opinión, un buen libro.
WILDE.–Sí, si estuviera lo suficientemente bien escrito para provocar una sensación de belleza, que es la sensación más elevada que es capaz de experimentar un ser humano. Si estuviera mal escrito, provocaría una sensación de aversión.
CARSON.–Por lo tanto, ¿un libro bien escrito que exponga opiniones morales viciosas, podría ser un buen libro?
WILDE.–Ninguna obra de arte ha expuesto nunca opiniones. Las opiniones son cosa de personas que no son artistas.
CARSON.–¿Una novela pervertida podría ser un buen libro?
WILDE.–No sé lo que quiere decir para usted una novela “pervertida”.
CARSON.–Me atrevería entonces a indicar que Dorian Grey podría considerarse una novela de ese tipo.
WILDE.–Sólo los brutos y los ignorantes podrían interpretarla así. Los puntos de vista artísticos de los filisteos son enormemente estúpidos.
CARSON.–¿Una persona inculta que leyera Dorian Grey podría interpretarla así?
WILDE.–En arte no puedes tenerse en cuenta los puntos de vista de las personas incultas. Me interesa solamente mi propia concepción del arte. Me importa muy poco lo que otras personas piensen de él.
CARSON.–Su concepción de los filisteos y de los incultos ¿sería aplicable a la mayoría de las personas?
WILDE.–He encontrado excepciones magníficas.
CARSON.–¿Cree usted que la mayoría de las personas estaría de acuerdo con las tesis que expone.
WILDE.–Me temo que no sean lo bastante cultos.
CARSON.–¿Que no sean lo bastante cultos para distinguir entre un libro bueno y un libro malo?
WILDE.–Efectivamente.
CARSON.–¿La inclinación y el amor del artista de Dorian Grey podrían llevar a una persona vulgar a pensar que podría haber en el personaje una determinada tendencia?
WILDE.–No sé lo que pueden pensar las personas vulgares.
CARSON.–¿Nunca impidió usted que las personas vulgares compraran su libro?
WILDE.–Nunca les he incitado a no hacerlo.


GEORGE STEINER Y ROBERT BOYERS, La homosexualidad: literatura y política, Alianza Editorial, Madrid, 1985, págs. 301-306. Traducción de Ramón Serratacó y Joaquina Aguilar

Virginia Woolf.- Horas en una biblioteca




"El sexo charlatán, en contra de lo que dicta el sentido común, no es el femenino, sino el masculino. En todas las bibliotecas del mundo se oye al hombre hablar consigo mismo y, sobre todo, acerca de sí mismo. Es verdad que las mujeres prestan terreno a muchas especulaciones y es verdad que están representadas a menudo, pero cada día resulta más evidente que Lady Macbeth, Cordelia, Ophelia, Clarissa, Dora, Diana, Helen y las demás no son bajo ningún concepto lo que fingen ser. Unas son lisa y llanamente hombres travestidos; otras representan lo que los hombres quisieran ser, o lo que son conscientes de no ser"


VIRGINIA WOOLF, Horas en una biblioteca, El Aleph Editores, Barcelona, 2005, pág. 50, traducción de Miguel Martínez-Lage

Francisco de Quevedo.- cómo insultar a una reina sin morir en el intento




Llegó a apostar con sus amigos una gran suma de dinero a que era capaz de reprochar a la reina (Doña Isabel, esposa de Felipe IV) su regia cojera. Al recibir las apuestas de todos sus amigos (no pensaron que se atrevería), Quevedo aguardó la ocasión. Al poco tiempo, fue invitado a Palacio a una importante recepción. Se presentó con dos hermosas y bellas flores, siendo una rosa y un clavel. Al acercarse a la reina, la entregó ambas flores diciéndola:

-Entre el clavel y la rosa, Su Majestad escoja.

Quizás sea éste el calambur más famoso de nuestra historia. El propio Quevedo también tenía un problema en el pie que le obligaba a cojear levemente. Se dice que esta anécdota llegó a oídos del propio rey quien, molesto, intentó “devolverle” a Quevedo la jugada. Felipe IV le llamó a audiencia y le solicitó que le compusiera algún verso improvisado en el momento. El autor le pidió un tema o asunto sobre el que hacer el verso, diciéndole:

-Dadme pie Majestad.

El rey, aprovechando la frase, y con muy poca fortuna, le alargó la pierna para intentar burlarse del poeta, a lo que éste le respondió:

-Paréceme, gran señor, que estando en esta postura, yo parezco el herrador y vos la cabalgadura.

Otra no menos ingeniosa es la anécdota protagonizada cierta noche que paseaba por la ciudad. En su trayecto, una bella mujer asomada a un balcón le refería bellas palabras insinuándose al autor. Lo que no sabía Quevedo era que se trataba de una broma, al estar la mujer rodeada de amigos escondidos tras ella. La situación se fue animando y finalmente Quevedo accedió a subir al balcón por medio de una polea que había. Obviamente, eran los amigos de la mujer los que izaban la cuerda. A mitad del ascenso, los bromistas dejaron colgado al ilusionado poeta y empezaron a reírse y burlarse de él. Fue tal el ajetreo que motivó esta situación que los viandantes se paraban a ver tan cómica y grotesca situación. Este alboroto alertó a la guardia nocturna, quienes se personaron en el lugar para poner orden. Al contemplar el panorama, preguntaron:

-¿Quien vive?

Quevedo, siempre con sus oportunas respuestas, respondió sin inmutarse:

-Soy Quevedo, que ni sube, ni baja, ni está quedo.


FRANCISCO DE QUEVEDO, Anécdotas de Quevedo en Madrid, Historia de Madrid.com, 22 de noviembre de 2007 (AQUÍ)