WILDE.–No creo que ningún libro u obra de arte haya tenido nunca ninguna repercusión sobre la moralidad.
CARSON.–¿Sería exacto decir que Vd. no tiene en cuenta sus repercusiones en lo que atañe a la producción de efectos morales o inmorales?
WILDE.–Desde luego, no las tengo en cuenta.
CARSON.–En lo que atañe a sus propias obras, ¿asume Vd. una actitud indiferente sobre la cuestión de su moralidad o inmoralidad?
WILDE.–No sé si emplea Vd. el término “asume” en una acepción determinada.
CARSON.–¿No es uno de sus términos favoritos?
WILDE.–¿Vd. cree? Pero no asumo ninguna posición al respecto. Cuando escribo una comedia o un libro, me interesa solamente la literatura, es decir, el arte. No intento hacer el bien o el mal; pretendo crear un objeto que posea determinadas cualidades estéticas.
CARSON.–Escuche, por favor. Veamos una de las “Frases y Filosofías para uso de la juventud” que Vd. ha escrito. “La maldad es un mito inventado por las personas de orden para explicar la curiosa capacidad de atracción de los demás”. ¿Cree Vd. que eso es cierto?
WILDE.–Pocas veces creo que cualquier cosa que escribo sea cierta.
CARSON.–¿Ha dicho Vd. “pocas veces”?
WILDE.–He dicho “pocas veces”. Pero podría haber dicho “nunca”. Nunca creo que sea cierta en el verdadero sentido de la palabra.
CARSON.–“Las religiones mueren cuando demuestran que son verdaderas”. ¿Es cierto?
WILDE.–Sí; esa es mi opinión. Sugiero una filosofía de la absorción de las religiones por la ciencia; pero creo que es una cuestión demasiado importante para abordarla en este momento.
CARSON.–¿Piensa que se trataba de un axioma prudente para insertarlo entre las máximas dedicadas a la juventud?
WILDE.–Creo que es un axioma enormemente sugerente.
CARSON.–“Si uno dice la verdad, está seguro más pronto o más tarde de haberla descubierto”.
WILDE.–Se trata de una divertida paradoja, pero no le atribuyo demasiada importancia.
CARSON.–¿Es adecuada para los jóvenes?
WILDE.–Todo lo que incita a pensar es adecuado, cualquiera que sea la edad del lector.
CARSON.–¿Con independencia de que sea moral o inmoral?
WILDE.–No hay pensamientos morales o inmorales. Sólo hay emociones inmorales.
CARSON.–“La única cosa por la que merece la pena vivir es el placer”.
WILDE.–Pienso que el primer objetivo de la vida es la propia realización, y es más hermoso realizarse a través del placer que del dolor. En ese punto, estoy plenamente de acuerdo con los antiguos, con los griegos. Se trata de una idea pagana.
CARSON.–“Una verdad deja de serlo cuando más de una persona cree en ella”.
WILDE.–Exactamente. Esa sería mi definición metafísica de la verdad: algo tan personal que la misma verdad no puede ser simultáneamente captada por dos mentes.
CARSON.–“La condición perfecta es la ociosidad; el acto perfecto es la juventud”.
WILDE.–Desde luego, eso es lo que creo. La amistad es verdad. La vida superior es la contemplativa, como admiten los filósofos.
CARSON.–“Hay algo trágico en el enorme número de jóvenes que viven en Inglaterra en la época actual: empiezan su vida con perfiles perfectos y acaban por adoptar alguna profesión útil”.
WILDE.–Me inclino a pensar que los jóvenes tienen el suficiente sentido del humor.
CARSON.–¿Encuentra ingeniosa esa máxima?
WILDE.–Pienso que es una divertida paradoja, un divertido juego de palabras.
CARSON.–¿Cuál sería a juicio de cualquiera el efecto de las Frases y Filosofías en conexión con un artículo como El sacerdote y el acólito?
WILDE.–Desde luego, fue la idea que podría formarse lo que me planteó las mayores reservas a la narración. Me di cuenta inmediatamente de que máximas que son absolutamente ilógicas, paradójicas o como usted quiera llamarlas, podrían ser leídas conjuntamente con ella.
CARSON.–¿Después de las críticas de que fue objeto Dorian Grey modificó usted sensiblemente la novela?
WILDE.–No. Introduje algunos pasajes nuevos. Se me indicó –no en un periódico ni en una publicación semejante, sino por el único crítico de este siglo cuyo juicio tengo en alta estima, el señor Walter Pater– que determinado pasaje era susceptible de ser mal interpretado, e hice algunos añadidos en él.
CARSON.–En su prefacio a Dorian Grey, usted dice: “Un libro no es en modo alguno moral o inmoral. Los libros están bien o mal escritos”. ¿Esa frase expresa su opinión?
WILDE.–Mi opinión acerca del arte, desde luego.
CARSON.–Por consiguiente, supongo que un libro, por inmoral que sea si está bien escrito, es, en su opinión, un buen libro.
WILDE.–Sí, si estuviera lo suficientemente bien escrito para provocar una sensación de belleza, que es la sensación más elevada que es capaz de experimentar un ser humano. Si estuviera mal escrito, provocaría una sensación de aversión.
CARSON.–Por lo tanto, ¿un libro bien escrito que exponga opiniones morales viciosas, podría ser un buen libro?
WILDE.–Ninguna obra de arte ha expuesto nunca opiniones. Las opiniones son cosa de personas que no son artistas.
CARSON.–¿Una novela pervertida podría ser un buen libro?
WILDE.–No sé lo que quiere decir para usted una novela “pervertida”.
CARSON.–Me atrevería entonces a indicar que Dorian Grey podría considerarse una novela de ese tipo.
WILDE.–Sólo los brutos y los ignorantes podrían interpretarla así. Los puntos de vista artísticos de los filisteos son enormemente estúpidos.
CARSON.–¿Una persona inculta que leyera Dorian Grey podría interpretarla así?
WILDE.–En arte no puedes tenerse en cuenta los puntos de vista de las personas incultas. Me interesa solamente mi propia concepción del arte. Me importa muy poco lo que otras personas piensen de él.
CARSON.–Su concepción de los filisteos y de los incultos ¿sería aplicable a la mayoría de las personas?
WILDE.–He encontrado excepciones magníficas.
CARSON.–¿Cree usted que la mayoría de las personas estaría de acuerdo con las tesis que expone.
WILDE.–Me temo que no sean lo bastante cultos.
CARSON.–¿Que no sean lo bastante cultos para distinguir entre un libro bueno y un libro malo?
WILDE.–Efectivamente.
CARSON.–¿La inclinación y el amor del artista de Dorian Grey podrían llevar a una persona vulgar a pensar que podría haber en el personaje una determinada tendencia?
WILDE.–No sé lo que pueden pensar las personas vulgares.
CARSON.–¿Nunca impidió usted que las personas vulgares compraran su libro?
WILDE.–Nunca les he incitado a no hacerlo.
GEORGE STEINER Y ROBERT BOYERS, La homosexualidad: literatura y política, Alianza Editorial, Madrid, 1985, págs. 301-306. Traducción de Ramón Serratacó y Joaquina Aguilar