Ya habían pasado veinticinco años desde que Miguel Ángel terminó de pintar la bóveda de la Capilla Sixtina, cuando el Papa Paulo III le encargó que pintara "El Juicio Final" en la pared del altar de la Capilla. El pintor siguiendo el gusto renacentista por la imagen desnuda del ser humano, idealizó de esta forma el cuerpo de muchas figuras pintándolas sin ropa alguna, sin importarle mucho si era Jesús, la Virgen, santos, bienaventurados o condenados a las llamas del infierno. Como quiera que la Capilla estaba dedicada al culto no fueron pocos los que fueron de inmediato a quejarse al Papa, quien no dudó en llamar a Miguel Ángel para pedirle explicaciones. Ya los griegos, que tanto influían en la estética de esta época habían representado a todas sus divinidades desnudas, y como esta forma de tratar el cuerpo humano era la que prevalecía en el renovado arte de la escultura y Miguel Ángel era sobre todo escultor, le contestó: "Santidad, los santos no tienen sastre". El Papa no se opuso frontalmente al artista y simplemente le contesto: "Pues habrá que correr un tupido velo, mi buen amigo" (frase que hizo fortuna hasta llegar a nuestros días). El Papa terminó ordenando que se pintara una ligera gasa blanca que cubriera aquellas partes más problemáticas. La pintura se hizo al oleo sobre el fresco, con lo que Miguel Ángel tuvo poco margen de maniobra para retirar aquellos añadidos, lo que le provocó un enfado monumental. Era evidente que contra el Papa nada podía hacer, pero conocedor de que el más crítico con la desnudez de sus figuras y el que más azuzó al Papa para tomar aquella medida había sido el Cardenal Biaggio de Cesena, maestro de ceremonias en la Capilla Sixtina, se decidió a hacerle blanco de su original venganza. Además. el Cardenal había calificado a la obra de Miguel Ángel de prostibularia, al mantener que era "muy indecoroso que se hubiesen pintado en un lugar tan respetable toda esa cantidad de desnudos, mostrando sin pudor sus vergüenzas, y que no era una obra propia de la capilla de un papa, sino para un burdel o una taberna". La ira del pintor, que era de armas tomar, era irrefrenable.
Justo detrás del lugar donde ha de colocarse el maestro de ceremonias durante las misas, colocó Miguel Ángel la entrada al infierno y ese era el lugar en el que lo veían todos, además cuando Biaggio de Cesena había de volverse hacia el altar o el crucifijo se encontraba ineludiblemente con el camino al infierno, lugar donde el pintor había colocado también una figura suya en la esquina inferior derecha. Allí aparece el reconocible rostro de Biaggio de Cesena en el cuerpo de Minos, el creador del Laberinto y que Dante colocó en su "Divina Comedia" como uno de los tres Jueces del infierno. Aquel Minos de Dante tenía una larguísima cola que según las vueltas que daba sobre su cuerpo indicaba el círculo del infierno al que debía encaminarse el condenado. Aquí, Miguel Ángel, además de colocarle por supuesto desnudo y con orejas de burro, cambió la referida cola por una serpiente, puede que en alusión a Adan, el pecador original, una tremenda serpiente que tras dar dos vueltas en torno a su cuerpo muerde con fuerza, no una manzana, sino los genitales del Cardenal. Sin duda una imagen un poquito fuerte para un lugar tan sagrado como es esta Capilla.
Cuando el Cardenal se vio así ridiculizado, se dirigió lloroso al Papa para implorarle que ordenara a Miguel Ángel retirar aquella ofensiva imagen, pero el Papa, un tanto cansado ya de tanta queja del Cardenal y decidido a darle un capotazo al asunto y le preguntó:
- "¿Dónde os ha enviado Miguel Ängel?"
- "En el mismo Infierno" - respondió el Cardenal.
- "Querido hijo mío, si el pintor te hubiese puesto en el purgatorio, podría sacarte, pues hasta allí llega mi poder; pero estás en el infierno y me es imposible. Nulla est redemptio." - sentenció el Papa.
Y es que la famosa "Terribilitá" de Miguel Ángel, marca de fábrica del artista, parece que era algo más que el gesto que daba a sus creaciones. Por supuesto, el hecho de que aquella figura del Cardenal se mantuviera en la obra es muestra también del tremendo respeto que existía hacia el artista y su obra.
A pesar de aquellas veladuras, todavía quedaban en la obra numerosos desnudos, de forma que años después de la muerte de Miguel Ángel, el pintor Daniele da Volterra, siguiendo órdenes del papa Pío V, cubrió los genitales que quedaban en "El Juicio Final" con vestimentas, lo que le hizo ganar el sobrenombre de «Il Braghettone».
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