Hace unos días una compañera de
trabajo me hablaba de un niño que “era malo” .
Su madre se sentía impotente ante su comportamiento y hacía todo
lo que estaba en su mano por cambiarlo. Como educadora siempre he
querido creer que la educación puede moldearnos, cambiarnos, o al
menos limar nuestros rasgos más conflictivos o antisociales. Pero
como profesora de filosofía nunca he podido evitar cuestionarme si
no hay algo irremediable, irreductible, en nuestra persona, algo que está
más allá de la labor de educadores y circunstancias y que constituye nuestra individualidad. En muchas de
mis lecturas y en la propia carrera he podido observar cómo domina la
idea de que la educación nos humaniza, nos convierte en lo que
somos: a partir de una naturaleza egoísta, agresiva y
caprichosa-según Hobbes- o egoísta con ciertos buenos sentimientos
según otros, la sociedad nos transforma en seres civilizados e
incluso solidarios, y todo ello gracias a la educación... es la
cultura la que nos enseña a pensar en los demás, a acatar normas y
autoridades, a no hacer siempre o casi siempre lo que nos apetece o
antoja pensando en las consecuencias para nuestra convivencia social.
Una película reciente - “Tenemos que hablar de Kevin”- me
ayudó a profundizar aún más en esta cuestión : un joven asesina
a varios compañeros y profesores de su instituto. Desde su infancia,
el chico tuvo malos instintos, malos sentimientos, y su madre, que
era consciente de ello, hizo todo lo que pudo por eliminarlos.
Después de la tragedia, todos los vecinos y amigos la culpan a
ella: con manchas de pintura roja en su casa o en su coche, con
insultos, con la marginación... la sociedad la responsabiliza del
comportamiento de su hijo como si la educación fuera la respuesta,
como si fuera la culpable, para bien o para mal, de lo que somos, de
las personas en las que nos convertimos. ¿Es siempre así? ¿Son
los hijos barro sin forma alguna en las manos de sus padres? Más aún ¿sería
positivo que fuera así en todos los casos? ¿Son todos los padres
los mejores escultores imaginables de ese material dúctil que tienen en sus manos? ¿Es
positivo que la individualidad oponga resistencia a la educación, que se rebele a lo que, en muchas ocasiones, intenta uniformarnos, conviertiéndonos en
todo lo que la sociedad espera de nosotros? ¿Cómo valorar la educación y qué debemos esperar de ella?
Por Celia Valdelomar