“Si esta tos acaba asfixiándome, os suplico abráis mi cuerpo para que no sea enterrado vivo” le escribía Chopin a su hermana Ludwika al encontrarse mortalmente enfermo; tal era el pavor que sentía el compositor, como muchos entonces, de abrir los ojos y encontrarse aún vivo dentro de un ataúd como a veces ocurría en aquella época. Poco después, con tan solo 39 años, Chopin moriría por las complicaciones de su tuberculosis. La prensa parisina decía: "Fue miembro de la familia de Varsovia por nacionalidad, polaco de corazón y ciudadano del mundo por su talento, que hoy se ha ido de la tierra". Durante la autopsia que se le realizó se le extrajo el corazón que guardaron en una jarra de coñac y que su hermana llevó a la añorada Polonia natal de Chopin prácticamente de contrabando, escondido entre su equipaje de mano y sorteando a la guardía rusa que por entonces ocupaba el país, para quedar finalmente depositado en el interior de una de las columnas de la Iglesia de la Santa Cruz de Varsovia, mientras su cuerpo descansaría para siempre en el cementerio de Père-Lachaise de París. Siempre fue Chopin un hombre triste, devorado por la nostalgia y la melancolía que tuvo su corazón más en Polonia que en París y así continua siendo tras su muerte.
Chopin era pequeñito y delgado -algunos comentan que solo pesaba 44 kilos- que gustaba de vestir bien y que tenía un cierto "no sé qué que se yo" que seducía a las mujeres. Entre sus polonesas, mazurcas, valses o nocturnos se encuentran algunas de las piezas más bellas de la historia del piano y como virtuoso de este instrumento que era, lleno de inspiración y especialmente dotado para la improvisación no es raro que encontrara un alma gemela en el gran Franz Liszt. Su encuentro fue tan maravilloso como lo era la música de ambos. Se cuenta que ya en París, Chopin se dirigió a la casa de pianos Pleyel con la que intentaba entablar algún tipo de acuerdo; se sentó en un piano y empezó a tocar. Poco después entró Liszt y escuchando las notas que aquel desconocido arrancaba del piano quedó maravillado y no pudo evitar sentarse en otro y empezar a tocar amoldando su ejecución a la de Chopin creando una improvisación a dos pianos que por momentos iba creciendo en belleza y exuberancia. Chopin ni siquiera volvió el rostro para ver quien tocaba a su lado, se limito a continuar tocando enardecido y subyugado por el virtuosismo que demostraba aquel otro pianista al que no conocía de nada. Estuvieron durante un buen rato tocando el piano sin hablarse, sin mirarse, conociéndose musicalmente y cuando terminaron y se enfrentaron el uno al otro se fundieron en un fuerte abrazo que fue recibido con los aplausos de todas las personas que había en la sala y que acudieron a ver aquel espontáneo espectáculo. Su amistad fue ya para siempre.
Chopin era pequeñito y delgado -algunos comentan que solo pesaba 44 kilos- que gustaba de vestir bien y que tenía un cierto "no sé qué que se yo" que seducía a las mujeres. Entre sus polonesas, mazurcas, valses o nocturnos se encuentran algunas de las piezas más bellas de la historia del piano y como virtuoso de este instrumento que era, lleno de inspiración y especialmente dotado para la improvisación no es raro que encontrara un alma gemela en el gran Franz Liszt. Su encuentro fue tan maravilloso como lo era la música de ambos. Se cuenta que ya en París, Chopin se dirigió a la casa de pianos Pleyel con la que intentaba entablar algún tipo de acuerdo; se sentó en un piano y empezó a tocar. Poco después entró Liszt y escuchando las notas que aquel desconocido arrancaba del piano quedó maravillado y no pudo evitar sentarse en otro y empezar a tocar amoldando su ejecución a la de Chopin creando una improvisación a dos pianos que por momentos iba creciendo en belleza y exuberancia. Chopin ni siquiera volvió el rostro para ver quien tocaba a su lado, se limito a continuar tocando enardecido y subyugado por el virtuosismo que demostraba aquel otro pianista al que no conocía de nada. Estuvieron durante un buen rato tocando el piano sin hablarse, sin mirarse, conociéndose musicalmente y cuando terminaron y se enfrentaron el uno al otro se fundieron en un fuerte abrazo que fue recibido con los aplausos de todas las personas que había en la sala y que acudieron a ver aquel espontáneo espectáculo. Su amistad fue ya para siempre.
La escultura de la entrada, dedicada a Chopin, es obra del escultor francés Jacques Froment-Meurice (1864-1947) y se encuentra en el parisino Parc Monceau.
Yundi Li nos deja los sones de Chopin:
Fuentes: A partir de:
Antología de anécdotas - Noel Clarasó
Antología de anécdotas - Noel Clarasó
Muertes ilustradas de la humanidad - Polvo eres II - Nieves Concostrina
Las imágenes han sido tomadas de las siguientes páginas:
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