Enrique VIII, casado con Catalina de Aragón, una reina muy querida por los ingleses pero que no lograba darle un heredero que viviera más de un par de meses, estaba realmente coladito por Ana Bolena, a la que mandaba docenas de ardientes cartas mientras esta administraba con sabiduría y contención la fogosidad del rey, enardeciéndole aún más. A tal punto llegó la cosa que decidió separarse de su esposa para poder casarse de nuevo, aun cuando ello supusiese un verdadero cisma en la Iglesia y motivo de creación de la Iglesia Anglicana. Y es que Roma no estaba por la labor de la anulación, máxime siendo el todopoderoso Carlos V sobrino de la casi santa Catalina.
El caso es que no mucho tiempo después de lograr casarse con Ana Bolena, aproximadamente 1000 días, tras calmar sus ansias y recibir de ella tan solo una hija, la futura Reina Isabel I, el Rey, empeñado como estaba en lograr un varón y sin ser consciente de que esta hija habría de ser la mejor gobernante que han tenido los ingleses y forjadora de todo su esplendor, terminó por acusar a la Bolena de adulterio, incesto y traición, siendo por ello condenada a morir decapitada. El juicio estuvo colmado de irregularidades y la Bolena paso de ser una mujer de innegable atractivo: «Nunca se la describió como una gran belleza, pero hasta aquellos que la aborrecían admitían que tenía un encanto exacerbado. El cutis oscuro y el pelo negro le daban un aura exótica en una cultura que veía la palidez blanca como la leche como parte imprescindible de la belleza. Tenía unos ojos especialmente notables: 'negros y hermosos' escribió un contemporáneo, mientras otro afirmó que eran 'siempre los más atractivos', y que ella 'sabía bien como usarlos con eficacia'.» (Lindsay) a otro con supuestamente tres pechos, seis dedos... y capaz de lo peor.
"Enrique me hizo marquesa siendo plebeya; luego me hizo reina, y como una mujer ya no puede subir más alto en la tierra, ahora me quiere hacer santa en el cielo, muriendo inocente"
Esas fueron las palabras de la Bolena cuando supo de la sentencia, y no iba descaminada, ya que con el tiempo termino por ser considerada mártir en la cultura protestante y como la reina consorte más influyente de la historia de Inglaterra.
Ana solicitó ser ajusticiada con una espada en vez de con el tradicional hacha, motivo por el cual se requirió los servicios de un verdugo de París, dado que el de la Torre de Londres no era demasiado hábil con la espada. Trás llegar días después el encargado de dar fín a su vida, el alcaide fue a comunicarle tal extremo: "Señora, ya ha llegado", interesándose luego la reina por la habilidad del verdugo con la espada le contestó con gravedad: "No se conocen quejas...". "Bien de todas formas no le daré trabajo porque estos días he adelgazado", " ¡Seré conocida como La Reine sans tête (La reina sin cabeza)!"
Llegado el momento del ajusticiamiento, se presentó con el pelo recogido y vistiendo una enagua roja bajo un vestido gris oscuro de damasco, adornado con pieles. Tras decir unas palabras a los presentes se arrodilló en posición vertical (en los ajusticiamientos con espada, no había bloque en el que apoyar la cabeza) y aunque hay quien mantiene que sus damas le quitarón el tocado y le pusieron una venda sobre sus ojos, mientras ella esperaba la espada repitiendo: «a Jesucristo encomiendo mi alma; el Señor Jesús recibe mi alma.» , otros mantienen que quedó con la cabeza ladeada mirando fijamente al verdugo con sus grandes ojos, quien le dijo:
"Milady, si os quedáis mirándome no puedo concentrarme y me resulta imposible dejar caer la espada". Entonces Ana se disculpó al verdugo mientras cerraba los ojos. El verdugo fue certero y solo necesitó un tajo para cumplir su misión.
Fue enterrada sin boato alguno en un ataúd poco apropiado, su cuerpo y su cabeza quedaron en un arca en un lugar una tumba sin marcar de St. Peter ad Vincula. Ni tan siquiera su hija, ya convertida en reina, hizo intento alguno de rehabilitar su memoria o dignificar el lugar de reposo de los restos de su madre. Solo tras unas reformas en tiempos de la reina Victoria se marcó el lugar donde yacen sus restos.
El retrato, obra de Frans Pourbus el Joven (1569-1622), es posterior a la muerte de Ana Bolena. Se expone en la Pinacoteca Malaespina de Pavia.
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