En cierta ocasión la Primer Ministro británica, Margaret Thatcher, una mujer de gran carácter y combativa como pocas (por algo la llamaban la Dama de hierro), estaba ya un poco harta de recibir críticas y escuchar comentarios a su alrededor que trataban de minusvalorar y ridiculizar las capacidades de las mujeres para los asuntos públicos. En cierta ocasión alguien se atrevió a realizar este tipo de comentarios tan cerca de ella, que a la Thatcher no le quedó más remedio que intervenir:
"Mire usted, los gallos pueden cacarear cuanto quieran, pero los huevos los ponemos las gallinas"
"Mire usted, los gallos pueden cacarear cuanto quieran, pero los huevos los ponemos las gallinas"
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