Primavera, 1925
Queridos compañeros:
No desmayéis un solo instante en esta hermosa labor
de despertar a la juventud; mañana recordaremos estos días de entusiasmo como lo
mejor de nuestra vida y quizás este recuerdo prolongue nuestro vigor y retarde
para nosotros la hora de la vejez.
Nuestro gesto es sólo un gesto de afirmación
magnifica. Existimos y queremos probarlo. En medio de la baba gaseosa que se
respira en el ambiente chileno, en medio de la piara estúpida y taciturna que
enmienda de mediocridad nuestra vida cotidiana, hemos lanzado un grito y es
preciso que este grito, reflejo de todos nuestros anhelos, se condense en el
espacio como la nebulosa que forma un sol de primera magnitud.
Somos los apóstoles de un Cristo invisible, de un
Cristo abstracto a la juventud. Convirtamos en realidad este abstracto,
realicémoslo, como aquel que ansiara realizar un sueño. Es posible que muchos
quieran crucificarlos, es posible que lo crucifiquen, pero antes de la
crucificción tenemos treinta y tres años para sembrar.
Jóvenes, seamos jóvenes, seamos dinámicos, seamos
enérgicos, seamos puros, desinteresados y dispuestos al sacrificio. Sacudamos
esta apatía de buey durmiente que adormece hasta el paisaje de primavera con su
sola presencia.
Ayer uno de vosotros decía que yo he sido siempre
como una descarga eléctrica , que soy un despertador. Esa frase me basta como
recompensa, es el mejor elogio al que puedo aspirar y si realmente he logrado
sacudir el adormecimiento de siesta española que nos caracteriza, podré volver a
Europa pensando que valía la pena haber venido a la patria, pues he realizado en
ella algo grande.
¡Hicimos nacer la juventud!
Ninguno de vosotros, vaya donde vaya, podrá olvidar
jamás estos momentos de lucha, de fiebre fecunda, en que vuestros ojos se
iluminaban de fe, vuestros ojos de apóstoles del Cristo abstracto.
Por favor, amigos, no desmayéis. Nada nos importa el
triunfo, pues sólo queremos afirmar esto: no creemos en ellos, ni en su ciencia,
ni en su virtud, ni en su inteligencia, ni en su experiencia.
Ellos nos han condenado a vivir en un país sin
atractivos y nada interesante, han hecho de este país un país tal que el pueblo
ha llegado a perder el sentido de la palabra patria y no sabe por qué debe amar
su tierra.
Nuestro deber es resucitar este Lázaro, aún recién
muerto, antes de que ya, podrido, tengamos que ir a buscar sus parcelas en el
vientre de los gusanos.
Hagamos un país hermoso y próspero para dejarlo a
nuestros hijos y que no se vean obligados a huir de estos parajes como de una
tierra maldita.
Que ninguno de los sepultureros vuelvan a mostrar en
la escena su cara amarillenta, con esto sólo Chile está salvado.
Salud y entusiasmo.
Vicente Huidobro
Publicado en Espiga. vol. 3,
1925. Primavera
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