“La edad no protege del amor,pero el amor protege de la edad.”. JEANNE MOREAU
Actriz y directora de cine francesa.
Jeanne Moreau nació en París el 23 de enero de 1928. Pasó la
infancia y parte de la adolescencia en Vichy, donde su padre,
procedente de Auvèrgne, regentaba un restaurante. De él heredó
«una misteriosa fascinación por las palabras» que cimentó su
cultura; de su madre, una británica que dejó el baile en
espectáculos de revistas
al contraer matrimonio, su segunda
lengua y la atracción por los escenarios.
Los días felices de sus primeros años,
junto a su abuela paterna, «su única confidente», y las visitas a
su abuelo materno, un profesor de navegación que le enseñó «las
mareas, los ciclos de la luna y las estrellas», quedaron sepultados
a partir de 1936 con la irrupción de la guerra, la ocupación nazi,
la ruina familiar, la detención de su madre con la estrella amarilla
con la que el
Tercer Reich diferenciaba a los
ciudadanos judíos, y luego «el dolor por los camaradas ausentes que
ya nunca volvieron a clase,la impotencia, el miedo y la indignación».
En marzo de 1944, a los dieciséis
años, la visión de Antígona, de Jean Anouilh, en el Théâtre de
l’Atelier, le descubrió su vocación: «Ese día supe que quería
estar ahí, bajo los proyectores, ser la rebelde que se enfrenta a
los dioses y habla por aquellos que no se atreven». Unos meses
después, la alegría de la liberación quedó eclipsada por la
emocionada asistencia a un ensayo de Fedra, de Racine, que
interpretaba Marie Bell en la Comédie Française.
Entonces comenzó a estudiar arte
dramático a escondidas, y tres años más tarde, una escena de la
Ifigenia del mismo autor le franqueó la admisión en el
Conservatorio. En enero de 1948, el día en que cumplía veinte años,
firmó su primer contrato de «pensionista» en la Comédie ante su
profesor de interpretación y decano de la institución, Denis
d’Inès, y durante los tres años
siguientes integró el elenco estable
del Théâtre National Populaire.
Era el principio de una carrera cuyos
inmediatos triunfos en el escenario la proyectaron al cine. Durante
casi una década abordó toda clase de personajes secundarios junto a
los grandes actores del momento, como Fernand Joseph Contandin,
Fernandel, o Jean Gabin, hasta que llegó el éxito con sus primeros
trabajos como protagonista.
Ya transcurridos los años más duros
de la posguerra, el cine europeo vivía una época de total
experimentación. En Francia, un grupo de jóvenes realizadores, en
su mayoría ex críticos de la revista Cahiers du Cinéma, comenzaba
a dar forma, con sus primeros filmes, al movimiento conocido como
nouvelle vague; en otra vertiente, el cine de dicho país, que con el
sueco era ya
el más permisivo del mundo en
cuestiones morales, con las obras de directores como Roger Vadim se
liberó aún más en esos aspectos mediante un tratamiento más
explícito de la sensualidad, el sexo y el erotismo. Italia se
alejaba del neorrealismo puro y duro e inauguraba el llamado «cine
de la incomunicación» de la mano de Antonioni, y Gran Bretaña se
revelaba contra toda regla con el free cinema.
Moreau irrumpió en el momento justo,
cuando el fulgor de las estrellas que hasta entonces habían reinado
en la cinematografía francesa languidecía a pasos agigantados.
Nombres como los de Martine Carol, Françoise Arnoul o Nicole Berger
quedaron en poco tiempo en el olvido ante las nuevas divas. Y entre
éstas, frente a un icono sexual como Brigitte Bardot o una belleza
elegante como Catherine Deneuve, Moreau encarnaba, con su apariencia
de mujer con experiencia, su voz grave y su indudable inteligencia, a
la heroína auténticamente moderna, erótica y cerebral.
Y casi todos los creadores de esta
renovación vieron en ella a la intérprete ideal de sus obras. Fue
la esposa infiel de Los amantes (1958), cuyo entusiástico orgasmo
escandalizó a la Iglesia y provocó la prohibición del filme en
algunos países; la libertina creada por Chordelos de Laclos en la
primera versión de Relaciones peligrosas (1959), de Roger Vadim; la
contradictoria mujer de Marcello Mastroianni en La noche (1960), de
Antonioni; la libérrima muchacha que ama a la vez a los dos
protagonistas de Jules et Jim (1961), de François Truffaut. Y su
largo recorrido no hacía más que comenzar.Durante los años que
siguieron, amplió su registro al actuar indistintamente en francés
y en inglés, y pasó de Jacques Demy a Tony Richardson y de Peter
Brook a Bertrand Blier con la naturalidad y el savoir faire que la
han mantenido siempre en el prestigio. Este cosmopolitismo es otra de
las características que distinguen su filmografía desde el
principio de su carrera. De hecho, rodó la opera prima de Louis
Malle que le daría fama, Ascensor para el cadalso (1957), tras
coprotagonizar con Micheline Presle Las lobas (1957), del argentino
Luis Saslavsky. Y luego pasó a trabajar en Italia, Gran Bretaña,
Estados Unidos, Brasil, Alemania, Canadá, Bélgica, Suiza y Grecia.
Cuando rondaba los cincuenta años,
alternó los clásicos con los nuevos cineastas y participó en
experiencias vanguardistas,como los filmes dirigidos por su amiga
Marguerite Duras, Nathalie Granger (1973) e India song (1975) -con
los años, tras la muerte de la escritora, puso voz a su personaje en
Cet amour là (1997), de Josee Dayan-, y ella misma experimentó la
realización con los largometrajes Lumière (1976), con guión
propio, y La adolescente (1979), y un documental sobre la actriz
Lillian Gish. Ya con signos quizá un tanto prematuros de madurez,
accedió a interpretar un personaje comprometido en el filme que iba
a cerrar la filmografía de Rainer Werner Fassbinder: Querelle
(1982).
Después de este último trabajo abrió
un largo paréntesis en su actividad, único período pasivo en su
intensa trayectoria. Mucho tiempo después llegó a saberse que
padecía un cáncer y que durante ese lapso había luchado contra el
mal. Este hecho la llevó a dirigir en teatro la versión francesa de
Ingenio, de la dramaturga estadounidense Margaret Edson, que estrenó
en Lisboa
en 1999 y que expone una experiencia
parecida a la suya y la forma de enfrentarse a la enfermedad.
Lo cierto es que jamás ha trascendido
apenas nada de su vida personal. Moreau se casó en dos ocasiones: en
1949 con el comediante, guionista y director Jean-Louis Richard,
padre de su único hijo y del que se divorció a fines de la década
siguiente,y en 1976 con el director estadounidense William Friedkin,
del que también se separó dos años después. Tras su segundo
divorcio ha vivido la mayor parte del
tiempo sola: «Un poco de soledad es tal vez el único precio que hay
que pagar para mantener la independencia», afirma.
Ya de vuelta de muchas batallas sigue
más activa que nunca. Y es todo un personaje. Reconviene a quien la
llama Madame Moreau («no estoy casada con mi padre») y detesta que
la consideren una leyenda viviente: «Me siento sobre todo viviente,
aún llena de curiosidad y nada interesada en mi fama póstuma».
Entre fines del siglo XX y los albores
del nuevo milenio se sucedieron los honores y homenajes a Jeanne
Moreau, una estrella cuyo brillo singular traspuso los límites de
las pantallas para erigirse en personaje emblemático de una época,
de unos directores, de una manera de hacer y entender el cine. Así
lo entendieron la Mostra de Venecia en 1992, el Festival de Cine de
San Sebastián en 1997 y el de Berlín
en 2000 -que le otorgaron sendos premios al conjunto de su carrera y
a su aportación al cine- y la Academia de Hollywood, que la
distinguió con un Oscar honorífico en 1998. Éstos y otros
festivales que concitan la atención mundial de los profesionales del
oficio y del público cinéfilo, ofrecieron retrospectivas de una de
las filmografías más fecundas e interesantes que haya podido
hilvanar una actriz. Confluyen en ella muchos de los realizadores que
marcaron un punto de inflexión en la historia del cine, y casi todos
los estilos y géneros que lo conforman hasta engrosar una lista de
casi un
centenar de títulos.
En enero de 2001, Jeanne Moureau se
convirtió en la primera mujer en ser elegida miembro de pleno
derecho de la Academia de Bellas Artes de Francia. La actriz
francesa, que había encarnado durante décadas la feminidad
intelectual y que poseía una trayectoria profesional de más de
cincuenta años en el teatro y el cine, accedía así a una
institución que, en sus doscientos
años de historia, se había
caracterizado por ser esencialmente masculina. En su ingreso en la
Academia hizo suya una frase de Iván Serguéievich Turguéniev, cuya
obra había interpretado en la Comédie: «Se siembra durante
años..., años que se van como inviernos. Llegas a creer que no
existe la primavera... y de pronto, de golpe, ¡ahí está el sol!».
En plena madurez, con la edad que tiene
y aparenta, continúa en plena actividad. Da recitales por los
escenarios del mundo,rueda películas para la televisión, escribe
guiones, dirige cine y teatro, y preside la fundación Equinoxe, que
forma nuevos talentos europeos en el mundo del guión. «El tiempo es
un profesor cruel, pero magnífico», aseveró la actriz en su
discurso de
investidura como miembro de pleno
derecho de la Academia de Bellas Artes de Francia, «y sus lecciones
a menudo queman,pero si se presta atención se puede aprender de
ellas cosas enormemente enriquecedoras».
(Fuente:
www.biografiasyvidas.com/biografia/m/moreau_jeanne.htm )
Una mujer burguesa está casada con un hombre respetable y además, tiene un amante español que es jugador de polo. Sin embargo, su vida le parece tediosa. De repente, un día, volviendo desde París a su casa de campo, se le estropea el coche, pero consigue llegar a su casa gracias a la ayuda de una joven. Este breve encuentro la hará recapacitar y plantearse la posibilidad de comenzar una nueva vida. (FILMAFFINITY)