viernes, 26 de julio de 2013

Susan Sontag.- El amante del volcán


Me cuentas un chiste. Me encanta tu chiste. Me hace reír tanto que me duelen los costados y se me humedecen los ojos. Y es muy agudo y sutil. Incluso bastante profundo. Todo esto en un chiste. Debo pasarlo.
Aquí viene otra persona. Le contaré tu chiste. Quiero decir, el chiste. No es tuyo, claro. Alguien te lo contó. Y ahora lo contaré a otra persona si puedo recordarlo. Antes de que lo olvide. Quiero compartirlo con alguien, ver que esa persona reacciona como yo (ruge de risa, asiente apreciativa con la cabeza, se le humedecen los ojos), pero para ser el lanzador, no el receptor, no debo estropear su gracia. Debo contarlo como tú lo contaste, por lo menos tan bien. Debo estar al volante del chiste y conducirlo adecuadamente sin atascar las marchas o precipitarlo en una zanja.
[...]
Un chiste nunca es mío. Párame si ya lo conoces, dice quien cuenta chistes, cuando se dispone a compartir su última adquisición. Está en lo cierto al asumir que otros también deben contarlo: un chiste circula.
El chiste es esta posesión impersonal. No lleva la firma de nadie. Me lo contaron, pero no lo inventé; estaba bajo mi custodia y decido pasarlo, que circule. No se refiere a ninguno de nosotros. No habla de ti ni de mí. Tiene una vida propia.
Sale… como una detonación, como una risa, un estornudo; como un orgasmo, como una pequeña explosión, un desbordamiento. Contarlo quiere decir: aquí estoy. Sé lo suficientemente como para apreciar este chiste. Soy lo suficientemente sociable y expresiva como para contarlo a otros. Me encanta divertir. Me encanta figurar. Me encanta que me valoren. Me encanta sentirme competente. Me encanta estar detrás de mi cara y conducir este pequeño vehículo hasta su pronto destino… y luego salirme. Estoy en el mundo, que tiene muchas cosas que no son yo y que yo valoro.
Pásalo.

Imagen: Susan Sontag, por Annie Leibovitz