miércoles, 19 de diciembre de 2012

Fragmento de "El bosque animado" - Wenceslao Fernández Flores




“—Siempre te quise, Hermelinda. ¿Lo sabías ya?

—No, no lo sabía —respondió ella en voz baja.

Él calló, descontento de haber hablado, con la desalentadora seguridad de haber pronunciado palabras inútiles. La moza se acercó y apoyó la cabeza en su hombro. Geraldo, repentinamente feliz, no se movió. Transcurrieron unos segundos. Ella observó con dulzura:

—Hueles a la aldea. Me parece como si estuviese en la aldea.

Entonces sintió hacia él una ternura intensa y difusa a un tiempo que no se refería precisamente a aquel hombre, sino a todos los que había amado en las noches de “tuna” de los sábados y en la oscuridad amparadora de las fragas, y el aroma del tojo y de los pinos, y al del humo de las “queiroas” en el fuego del lar, y a los bosques y a los sembrados, a los cariños y a las emociones gozados en aquel trozo de tierra verde y húmedo en el que la vida era feliz, a pesar de todo. En la penumbra distinguía apenas el rostro de Geraldo. Entornó los parpados, echó hacia atrás la cabeza sobre el hombre varonil y ofreció sus jugosos labios juveniles.

Geraldo la apretó contra sí. Ni comprendió las posibilidades del momento ni intentó analizarlas. Rodeó con un brazo el cuerpo de la muchacha y aquella sensación le aisló del mundo. El ronroneo del mar abandonó la playa para sonar dentro de él mismo. La hoguerita de Montealto dejó de mirarlos con su roja pupila. Fuera de aquel rinconcito todo se hundió en inutilidad e indiferencia.

De pronto, Hermelinda alzóse. Pareció bruscamente invadida de tedio.

—Vámonos. Ya es tarde.

Caminaron hacia las calles animadas. Ella había recuperado su aire de alejamiento; él, su timidez y su pierna de palo. Porque se había olvidado por primera vez, en aquellos minutos, de que llevaba una pierna de palo. Como su compañera no hablaba, el mozo intentó suscitar el diálogo, que naufragaba siempre en la concisión de las respuestas.

—Un día —dijo— volverás a Cecebre.
—No sé.
—¿No piensas en ello? Di la verdad.
—La verdad, Geraldo: no creo volver nunca.

Se sintió como repelido por aquellas palabras como devuelto a su condición inimportante, y enmudeció.”


Un libro este de Wenceslao Fernández Flores lleno de encanto, que nos habla de los habitantes del bosque animado, entre los cuales hay unos personajes realmente maravillosos. Por allí está Geraldo, un pocero cojo que tal como vemos en el texto vive enamorado de Hermelinda. Su amor hacia la joven es otro de los ejes del libro. Incidentalmente su historia está plagada de viajes marineros: de joven se enroló en un ballenero, donde perdió una pierna. Vive su melancólica existencia en un alto de la fraga hasta que fallece cavando un pozo para un vecino. Hermelinda por su parte tras ser la criada de su tía durante muchos años y hartarse de esta servidumbre, decide irse a la ciudad a mejorar posición. Sabe que Geraldo, el pocero está enamorado de ella, pero no le corresponde y prefiere salir, bailar y divertirse con el resto de jóvenes de la fraga. De por medio nos encontraremos con el sensacional Fiz de Cotobelo, un difunto que va vagando por la fraga y es el alma en pena, el fantasma del bosque que acaba uniéndose a la Santa Compaña. Y quien puede olvidar al bandido Fendetestas, nombre de guerra que adopta Xan de Malvis, un labrador que harto de las escasas ganancias que da el campo y la labor de la tierra, decide echarse al monte y convertirse en el ladrón de la fraga, resultando el bandido más peculiar del que yo tenga noticia. Reconozco que los recuerdos que tengo de todos ellos se basan en la maravillosa película que hizo Jose Luis Cuerda sobre este libro en 1987 y que llegó a ganar 5 premios Goya. Una verdadera maravilla que volveré a ver esta noche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.