miércoles, 21 de noviembre de 2012

José Ortega y Gasset.- Carta a un joven argentino, 1924





“Me ha complacido mucho su carta, amigo mío. Encuentro en ella algo que es hoy insólito encontrar en un joven, y especialmente en un joven argentino: pregunta usted algunas cosas. Es decir: admite usted la posibilidad de que las ignora. Ese poro de ignorancia que deja usted abierto en el área pulimentada de su espíritu, lo salvará. Créame: no hay nada más fecundo que la ignorancia consciente de sí misma. Desde Platón hasta la fecha los más agudos pensadores no han encontrado mejor definición de la ciencia que el título propuesto por el gran cusano a uno de sus libros: “De docta ignorantia”. La ciencia es, ante y sobre todo, un docto ignorar. Por la sencilla razón de que las soluciones, el saber que se sabe, son en todos sentidos algo secundario con respecto a los problemas. Si nos e tiene clara noción de los problemas mal se puede proceder a resolverlos. Además, por muy seguras que sean las soluciones, su seguridad depende de la seguridad de los problemas. Ahora bien: darse cuenta de un problema es advertir ante nosotros la existencia concreta de algo que no sabemos lo que es; por tanto, es un saber que no sabemos. Quien no sienta voluptuosamente esta delicia socrática de la concreta ignorancia, esa herida, ese hueco que hace el problema en nosotros, es inepto para el ejercicio intelectual.
…La juventud argentina que conozco me inspira (¿por qué no decirlo?) más esperanza que confianza. Es imposible hacer nada en el mundo si no se reúne esta pareja de cualidades: fuerza y disciplina. La nueva generación goza de una espléndida dosis de fuerza vital, condición primera de toda empresa histórica, y por eso espero en ella. Pero a la vez sospecho por completo de su disciplina interna, sin la cual la fuerza se disgrega y volatiliza. Por eso desconfío de ella. No basta la curiosidad para ir a las cosas. Hace falta rigor mental para hacerse dueño de ellas.  En el pensamiento joven argentino encuentro demasiado énfasis y poca precisión. ¿Cómo confiar en gente enfática? Nada urge tanto en sudamérica como una general estrangulación del énfasis. Hay que ir a las cosas sin más. El sudamericano, por razones que no viene al caso analizar aquí, propende al narcisismo. Al mirar las cosas no “abandona” su mirada sobre éstas, sino que tiende a hacer de ellas un espejo donde contemplarse. De aquí que, en vez de penetrar en su interior, se queda casi siempre ante la superficie, ocupado en dar representación de sí mismo y ejecutar cuadros plásticos. Pero la ciencia y las letras no consisten en tomar posturas delante de las cosas, sino en irrumpir dentro de ellas merced a un viril apetito de perforación. Son ustedes más sensibles que precisos, y mientras esto no varíe, dependerán ustedes íntegramente de Europa en el orden intelectual. Porque, al ser sensible, toda idea graciosa y fértil que se produzca en Europa conmoverá, quieran o no, el fino receptor que es su organismo. Pero al querer reaccionar frente a la idea recibida: juzgarla, refutarla, valorarla y proponerle otra, encontrarán ustedes dentro de sí es vaguedad, esa falta de criterio certero, firme, seguro de sí mismo que sólo se obtiene mediante rigurosa disciplina.
Siempre me ha sorprendido la desproporción entre la inteligencia, a menudo espléndida, de los sudamericanos y esa otra facultad que es el criterio. tal vez en horas de sinceridad consigo mismo percibe, todo buen intelectual sudamericano, ese extraño secreto de la insuficiencia de su criterio. Cualquiera sea su énfasis hacia el exterior (énfasis que en ocasiones se eleva a petulancia) en el fondo insobornable que arrastra todo hombre consigo se le advierte que no está seguro de sí mismo en el difícil manejo de las ideas…
La nueva generación necesita completar sus magníficas potencias con una rigurosa disciplina interior. Yo quisiera ver en los grupos de jóvenes la severa exigencia de ella. Pero acontece que veo lo contrario: un apresurado afán por reformar el universo, la sociedad, el Estado, la Universidad, todo lo que fuera, sin previa reforma y construcción de la intimidad.  En este punto no pactaré jamás con ustedes y me hallarán irreductible…

Ortega y Gasset, carta a un joven argentino que estudia filosofía, 1924)

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