viernes, 26 de octubre de 2012

Carta de Hermann Hesse a su padre



( 14 de septiembre de 1892, desde el hospital de Stetten)

Estimado señor:

“Ya que usted se muestra tan a las claras dispuesto a hacer sacrificios, quizá pueda pedirle siete marcos o directamente el revólver. Una vez que usted me ha llevado a la desesperación, supongo que estará dispuesto a librarse rápidamente de él y de mi persona. En realidad ya debería haber sucumbido en junio. Usted escribió: "No te hacemos ningún terrible reproche" porque me quejo de Stetten. Esto también sería bastante incomprensible para mí, pues el derecho a despotricar no se le puede quitar a un pesimista, porque es lo único y lo último que tiene. "Padre" es una palabra extraña, parece que yo no la entiendo. Debe designar a alguien a quien se puede amar y se ama, desde el corazón. ¡Cómo me gustaría tener una persona así! Ya podría usted darme un consejo... Sus relaciones conmigo parecen volverse cada vez más tensas; creo que si fuese pietista y no fuera humano, si convirtiese cada cualidad y tendencia en mí en justo lo contrario, podría estar en armonía con usted. Pero así no puedo ni quiero vivir en absoluto, y si cometo un delito, para mí usted, señor Hesse, tiene la culpa, puesto que me quitó la alegría de vivir. El "querido Hermann" se ha convertido en otro, en alguien que odia el mundo, en un huérfano cuyos "padres" viven. Nunca vuelva a escribir "Querido H.", etc., es una malvada mentira. Hoy el inspector me ha visitado dos veces mientras yo desobedecía sus órdenes. Espero que la catástrofe no se haga esperar mucho. ¡Ay, si hubiese aquí anarquistas! H. Hesse, prisionero en la cárcel de Stetten, donde "no está para ser castigado". Empiezo a pensar sobre quién es el débil mental en este asunto. Por cierto, desearía que ocasionalmente se acercase usted por aquí.”

Hermann Hesse nació en el seno de una familia profunda y rígidamente religiosa (su padre era un misionero báltico y su madre, hija de otro misionero en la India); su educación se desarrolló en la escuela misional, donde los salmos y las plegarias eran su principal sustento. De vez en cuando escapaba para
correr por la pradera, zambullirse en el lago o entablar amistad con el zapatero o el carnicero del pueblo. Eran huidas de la férrea educación religiosa a la que estaba sometido, y pronto su deseo de libertad y poesía lo sumieron en constantes conflictos con sus padres; pero obedecía. En la adolescencia, se convirtió en un pálido joven enclaustrado que preparaba el ingreso en un seminario en el que no deseaba estar. Después de un largo periodo de encierro y estudio, tomó la decisión de huir; saltó la tapia del seminario y regresó a su casa, con una pequeña maleta y una convicción férrea: sería poeta o nada. Para evitarlo, sus padres le internaron en un centro religioso de curación, y ante la negativa del muchacho a la “sanación”, lo entregaron a un afamado exorcista –Blumhardt- para que le liberara del demonio que le poseía. Fue entonces cuando intentó suicidarse, y desde la clínica Stetten en la que fue ingresado para recuperarse, escribió a su padre estas líneas

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