miércoles, 17 de octubre de 2012

Carta de Hermann Hesse a su esposa Ninon



Hermann con su esposa Ninon en Casa Rossa, 1931


A NINÓN HESSE

Zürich, abril de 1928.

Hoy he dado un pequeño paseo antes de comer, uno de esos comunes y ridículos paseos de ciudad, por el muelle y a lo largo de las instalaciones del lago de Zürich, hasta las jaulas de los pájaros, donde las aves multicolores pían y retozan, divertidas de que ningún hombre pueda adivinar sus nombres,escritos en las tablillas o carteles allí adosados de un modo que solo da origen a confusiones. A uno de ellos pude oírle cantar claramente: O wie gut, dass niemand weiss,dass ich "Blauer Astrild" heiss'! (Oh qué bien que nadie sepa que me llamo "Astrild azul'' ) Había allí unos pequeños pájaros de fábula, color azul claro e intenso, venidos de África, irisados como las pequeñas mariposas multicolores que pueblan en el estío las altas montañas y regalan sus visos tornasolados cuando se posan en el regato para beber o emprenden el vuelo en bandadas cuando se pasa junto a ellas. Ante estos pájaros pensé en ti porque sé que también te gustan y porque todos ellos han sido contemplados y amados por tus ojos claros y bondadosos.Lucía el sol, pero soplaba un frío cierzo; disfrutamos de una primavera para los ojos, no para la piel. Sin embargo ha sido un día feliz, en primer lugar por los pájaros y también porque esta mañana ha llegado muy escaso correo después...,imagínate: cuando paso por delante del Palacio de la Música, veo un cartel con el programa del concierto de esta tarde, y ¿qué dirás que anuncian? ¡La más hermosa de todas las sinfonías de Mozart, la preferida entre todas por mí, la sinfonía en sol menor, cuyo primer tiempo comienza con tan prodigioso y placentero gozo, mientras el segundo lo hace lleno de una misteriosa tensión! Es ya la tercera vez en lo que va de año que oigo esta obra, todas en distinto lugar,con diversos directores y diferentes orquestas; cada vez fue un hallazgo casual,hecho de paso y cada vez, también, una señal de felicidad.(1)

.Después del gran paseo por las orillas del lago, y ya en casa, di el pequeño paseo de los ojos a través de mi habitación, deambulé lentamente por el minúsculo jardín de cactus, estuve diez minutos en Méjico, entre los euforbios y me detuve un minuto ante nuestra Urania verdeoro, la mariposa mágica de Madagascar. Imagino que tú tendrás ocasión de ver todos los días, allá en París, muchas cosas hermosas; pero estoy seguro de que no pueden serlo más que nuestra Urania. Y con las mariposas también se puede hablar francés.Acaba de aparecer un nuevo libro mío, titulado "Crisis" . Tu ejemplar espera tu llegada en Tessino. Para mí, como siempre, llega demasiado tarde su aparición y ahora deberé escuchar reproches y alabanzas de mis amigos sobre cosas que fueron para mí actuales e importantes hace tres años y que hoy han dejado ya de serlo desde hace tiempo. Y esos amigos que hoy se muestran enojados contra el libro me dirán dentro de cinco o seis años (mientras vuelven a irritarse contra mí por mi última obra), que voy cada vez más cuesta abajo, y que debería hacer un esfuerzo y escribir nuevamente algo tan lindo como fue aquel viejo Crisis. .Pero esto no te interesa nada y sé que deseas conocer en qué trabajo actualmente. Pues sí, yo también desearía saberlo, pero es cosa que escapa a todas mis investigaciones. En cosas como estas no conviene ser demasiado curioso; por lo demás, me sucede que suelo despertarme por la noche, en medio de algún sueño olvidado, y entone creo saber con exactitud que ese sueño era precisar en la nueva obra que intento crear... Pero nunca sé más acerca de ella.Pese a todo, naturalmente, soy trabajador y aplicado. Si yo no fuese en el fondo un hombre harto laborioso, no se me hubiese ocurrido jamás la idea de elaborar cánticos de alabanza y teorías acerca del ocio. Los perezosos geniales, los perezosos natos, nunca han hecho cosa semejante, que yo sepa.De momento, esto es, desde anteayer, vuelvo a dedicar muchos ratos a mi cuaderno de dibujo. Tú sabes que este es mi trabajo predilecto y que por mi gusto dedicaría la mitad de mis jornadas a esta ocupación hermosa, juguetona y fantástica. Pero no hay tanta gente rica como se cree. Hoy día, cualquier muerto de hambre anda por el mundo tan elegante y atildado que se le podría tomar por un consejero de comercio; pero de todos los miles de personas que se hacen un traje cuatro o cinco veces al año, apenas media docena son lo bastante ricos y están de verdad tan acostumbrados a lo hermoso y delicado como para ocurrírseles no solo abonarse a un par de revistas o mantener en casa un papagayo o unos peces de adorno, sino también adquirir de un poeta poemas manuscritos por su autor e ilustrados con dibujos a todo color, hechos de propio puño por él mismo. No; muy pocos son los que tienen tales ideas. La mayoría de la gente rica no suele tener ni siquiera ideas.Pero he aquí que ha venido uno, un caballero extremadamente simpático, que había oído hablar de mis manuscritos y dibujos, y ha solicitado un cuaderno con doce poesías manuscritas y dibujos en color. Así, pues, durante unos días no soy un ocioso desocupado, sino un empleado favorecido con un pedido, y como tal me siento. Si no estuviese lleno hasta rebosar de este orgullo, si no me sintiese feliz por causa de este pedido, tampoco hubiese llegado a vivir los diversos sucesos dichosos de este día, ya que los tales solo acuden a quien tiene imán en el bolsillo. Y no hubiese oído hablar a la azul Astrild de África ni tampoco el amigo Andrea (1) dirigiría esta tarde la sinfonía en sol menor.Así, pues, hoy me he sentado lo mismo que ayer ante mi escritorio, tan bien conocido por ti, teniendo a mi lado las pequeñas paletas de acuarela y el vaso de agua y durante algunas horas he ido sacando de mis carpetas los poemas que más me agradaban en este día y pintando una viñeta en cada uno de ellos.

He pintado ya dos pequeños paisajes del Tessino, uno de ellos con un árbol pelado y un campanario, y el otro con el monte San Giorgio al fondo. Y ahora me propongo escoger una nueva hoja en la cual pienso pintar una corona de flores, a todo color, o al menos con todos los colores de que dispone mi paleta,aunque predominará el azul. Las flores las saco en parte de la memoria y en parte las invento. Hace años ya inventé una flor que existe en realidad. Fue para mi amada de entonces (cuando tu luna no había despuntado aún) y me esforcé en inventar una flor linda y singular. Un par de días después descubrí aquella misma flor en una tienda de flores: se llama  gloxinia, un nombre un tanto pretencioso, sí; pero era exactamente la flor que yo había imaginado.

¿Qué más cosas podría contarte? Ah, sí; ayer me ocurrió una cosa absurda al teléfono. Me disponía a llamar a un amigo y gesticulaba ya con el aparato, concierto éxito, ansioso de saber si las maravillas de la técnica se sentirían hoy inclinadas o no a demostrar su eficacia. Bien; el caso es que me dieron la comunicación solicitada, me envolvió la usual y lejana música de campanas y al fin se acercó alguien al teléfono; era una criada, y yo la rogué que llamase el señor. Corrió ella y durante algunos momentos reinó la calma, pero en seguida comenzó a ladrar un perro en aquella remota casa con la cual estaba yo comunicando, un perro con una hermosa voz de barítono, que muy bien podía ser un perro de aguas joven todavía. Ladraba y ladraba y así siguió durante cinco, durante diez minutos, haciéndome dudar varias veces de si se trataría de un vulgar ratero en lugar de un perro de aguas. La cosa era, de todos modos bastante enigmática, porque hasta el día de la fecha mi amigo no ha tenido nunca perro. Al fin, tras de una espera terriblemente larga y unos ladridos no menos inacabables, alguien se precipitó en la habitación, regañó al perro,furioso, moderó luego su voz y preguntó qué deseaba yo. Pero no llegó a enterarse de mis deseos, porque inmediatamente se evidenció que me habían comunicado equivocadamente.La vida sin ti transcurre magníficamente; por ello, tómate todo el tiempo que necesites. La mayoría de las veces estoy en compañía de personas encantadoras,ya sean pájaros, flores o mariposas y por las tardes bebo un poco de buen coñac,que ahora dura mucho más tiempo desde que no estás tú para beberlo conmigo;figúrate que todavía bebo de la misma botella que abrimos el día que te marchaste. Y cuando regreses, te regalaré una cosa que no puedes adivinar, ni yo tampoco todavía; pero ya se me ocurrirá.Deambular de este modo por la ciudad, sin ojos - porque te los has llevado tú -,es terriblemente aburrido. Cuando brilla el sol y alguien me encarga un manuscrito ilustrado, y vienen días felices como el de hoy, la cosa se puede resistir. Pero cuando llueve, y no canta ningún pájaro, y tú estás tan lejos, tan lejos, la vida tiene muy poco valor.

(1) Se refiere al director de orquesta Volkmar Andrea.

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