martes, 25 de marzo de 2014

Sandor Marai.- Diarios



(1943)." He vivido 43 años. ¿Y si me queda lo mismo por vivir? ¿Llegaré a los 86? ¿Seré más sabio? ¿Más feliz? ¿Habré resuelto mis dudas sobre Dios, sobre la gente, sobre naturaleza y lo sobrenatural? No creo: la experiencia requiere tiempo; sin embargo, el tiempo -más allá de cierto conocimiento- no ofrece una experiencia más profunda. Simplemente seré mayor, ni más ni menos."

(1985)." Hoy hace 85 años que vi la luz de este planeta. En semejante fecha el ser humano piensa en la muerte de manera diferente de como lo ha hecho en los 85 años precedentes. El hombre siempre es consciente de la muerte, considera que ésta forma parte natural del argumento incomprensible y complejo de la existencia, pero sólo de una forma intelectual. Después viene un período en el que uno asume que morirá. No es un sentimiento trágico, sino más bien un sosiego, como lo que se experimenta cuando se llega a comprender un misterio tras muchas cavilaciones."
(Sobre la enfermedad y muerte de su mujer)



"En unos pasillos del hospital y por las puertas abiertas de las habitaciones se hace patente la existencia del orco. Lo que Esquilo le contó a Ulises sobre el orco. Ancianos en sillas de ruedas, atados con una correa por la cintura, caídos hacia delante, con la lengua fuera. La gran prueba de la vida no es la muerte, sino el morir. Sin embargo, hay algo obsceno en la enfermedad y la muerte. El reverso de lo corporal es lascivo y abominable.

No resulta fácil comprender el hecho de que en la vida el mayor misterio no es la muerte, sino el morir. Y todo ars moriendi es fantasmagórico, tal arte no existe. La enfermera dice que su madre, que tienen 97 años, se ha quedado ciega, pero "lo hace todo sola, a tientas". El horizonte humano no tiene límites."


"Me gustaría sentir nostalgia por algo… Por un paisaje, por un viaje, por una ciudad, por alguien. Pero ya no puedo permitirme el lujo de ser nostálgico. ¡Me basta con ser!

(...) Creo que se ha producido un cambio: he pasado de la preocupación, la inquietud y el sufrimiento confuso a cierta paz incomprensible; como si hubiera comprendido el horrible e inclemente caos de la vida. No acuso a Dios, ni a los hombres, a nadie. No espero nada. He aceptado lo que ha pasado... He aceptado la crueldad. En estas ocasiones unos rezan, otros maldicen, y también hay gente que se calla, se lo guarda todo para sus entrañas. No lo he decidido, me ha pasado. Es la mayor tragedia personal que me ha ocurrido en la vida y debo aceptarla simplemente, no de manera fatalista, sin juzgar, ni protestar. Ese final, peor que cualquier destrucción repentina."

"Hacía años que íbamos de médico en médico (...). Ahora me siento liberado porque yo no soy responsable de ella, de su salud, no tengo que devanarme los sesos pensando qué más debería hacer. La carta de despedida del médico para el entierro reza: "tenía cáncer, no pudimos hacer nada más." Hay momentos en que me siento arrebatado por una rabia e ira irracionales, enfadado con Dios (si existe) porque ha sido implacable y ha tolerado que ella sufriera. Después me sobreviene un gran cansancio, indiferencia. El dolor, como un perro rabioso, me asalta inesperadamente en la oscuridad, me pega un mordisco que me arranca un grito. Después desaparece y otra vez se instala la indiferencia. El mismo vacío que se produjo en el momento de su muerte, que nada es capaz de llenar, un vacío absoluto. Murió como una planta noble, helada por una inesperada ráfaga de viento glacial. Se la traga del océano y en su lugar queda la Nada que está más presente que cualquier otra cosa que exista".



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