viernes, 21 de junio de 2013

Cartas de D.H. Lawrence a Katherine Mansfield



Mi estimada Katherine:

Me entero de que Murry ha partido a Francia para visitarla: eso está bien. También he sabido que usted se siente bien de salud y es feliz: benissimo!

Hágale llegar mi afecto a John.

Me encanta estar aquí, en Cornwalles: es tan apacible, tan alejado del mundo... Pero el mundo ha desaparecido para siempre. Ya no existe. Sólo en estos lugares queda algo de él, rodeado por una suave y bella atmósfera que nadie ni nada corrompe.

Mi querida Katherine, he dejado de atormentarme por el mundo y las gentes. Basta. Sólo resta ahora encontrar un lugar hermoso donde uno pueda ser feliz. Y usted y Jack podrán venir si quieren, cuando tengan necesidad de él. Y todos reunidos podremos ser dichosos, sin estar ya preocupándonos más, y discutiendo y tratando de hacer algo con el mundo. El mundo se ha ido, se ha extinguido como las luces de anoche del Café Royal.1 Se ha ido para siempre. Hay un nuevo mundo con unos aires nuevos, suaves e inmaculados, y sin otros habitantes que los recién nacidos: moi meme et Frieda.

No es posible regresar a Londres ni al mundo, mi querida Katherine, porque ha desaparecido como las luces de anoche del Café Royal.

Nosotros, Frieda y yo, le enviamos nuestro saludo de Año Nuevo, con muchos afectos. El primer año del nuevo mundo. Igualmente a Murry. El año viejo tenía que morir.

Pero yo no voy a luchar ni a debatirme más con nada. Iré como el plumero del cardo, hacia cualquier parte sin tener ningún lazo, y nada que ver con el mundo.

(...)

¡Tuve un sueño tan intenso ayer sobre usted! Soñé que venía a Cromford y se quedaba allí. Aún no venía aquí porque no estaba lo suficientemente repuesta. Usted se había sanado de la tuberculosis, me aseguraba. Pero aun había algo que no la dejaba remontarse hasta aquí.

De manera que marchaba conmigo. Era una noche muy estrellada. Mirábamos las estrellas y eran distintas, todas las constelaciones eran diferentes, y yo que buscaba a Orión para mostrársela, ya que ahora se la puede ver, me quedaba intrigado por estas compactas y cerradas constelaciones nuevas. Luego, de pronto vimos un planeta tan grande y espantoso y fuerte que, por un segundo estuvimos penetrados por él, poseídos, entonces le dije: “Este es Júpiter”, pero yo sentía que no era Júpiter, al menos no el Júpiter que conocemos corrientemente.

¿Preguntarle a Freud, a Jung su significado? ¡Jamás! Fue una estrella que nos traspasó por un segundo el alma.

Querría que fuera primavera para todos nosotros.

D.H.L.

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