jueves, 2 de mayo de 2013

Léolo ( Jean-Claude Lauzon, 1992)



“Porque sueño no lo estoy. Porque sueño, sueño. Porque me abandono por las noches a mis sueños antes de que me deje el día. Porque no amo. Porque me asusta amar. Ya no sueño. Ya no sueño. A ti la dama, la audaz melancolía, que con grito solitario hiendes mis carnes ofreciéndolas al tedio. Tú que atormentas mis noches cuando no sé qué camino de mi vida tomar… te he pagado cien veces mi deuda. De las brasas del ensueño sólo me quedan las cenizas de la mentira, que tú misma, me habías obligado a oír. Y la blanca plenitud, no era como el viejo interludio y sí, una morena de finos tobillos que me clavó la pena de un pecho punzante en el que creí, y que no me dejó más que el remordimiento de haber visto nacer la luz de mi soledad”

“Ese día comprendí que el miedo habita en lo más hondo de nosotros y que ni una montaña de músculos ni un millar de soldados podrían hacer nada para remediarlo” (Léolo)

“Mi madre nos regaló una bonita rosa de plástico. Teóricamente para alegrar nuestra habitación, pero eso de que la flor es una imagen o más bien, una idea de la naturaleza. Su rojo escarlata estaba asfixiado por el polvo que cada vez los iba matando más. Si al menos alguien de la familia pudiera darse cuenta de que esta flor carece de naturalidad. Con su etiqueta dorada “made in Hong Kong” pegada bajo un pétalo. Bastaría con un pequeño gesto sin esfuerzo para despegar esa etiqueta y empezar a creer en esa ilusión. Pero me niego a tocarla. No quiere hacerme un lugar en este cementerio de cuerpos vivientes. Pero resulta que mis dedos del pie me recuerdan que estoy aquí. Salen de un agujerito en el extremo de mi manta. Cada día, sin que yo mismo me dé cuenta, consigo asomar un dedo más que el día anterior. Mañana asomaré mi pie entero. Y mi pierna. Y pronto será mi cuerpo entero. Siento que debo abandonar esta vida antes de estrangularme con este agujero” (Léolo)

“Mi padre era un hombre como tantos otros. Un perro que mordía su vida perra. Surcado por unas arrugas que nada decían de su cara salvo para gritar la edad que las había cavado. Tenía una expresión como de hola y adiós, como de un eterno y sencillo mediodía, mermado por un puñado de tiempo. Su frente se extendía hasta el día siguiente de su barbilla donde el cuello se aferraba desesperadamente a unos hombros ventrudos”

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