lunes, 1 de abril de 2013

"Beau" Brummell: El arbitro de la elegancia


Lord Byron decía de Brummell:

"Hay tres grandes hombres de nuestra época: yo mismo, Napoleón, y Brummell. Pero de los tres, el más grande de todos es Brummell "

Tras heredar una fortuna, George Bryant Brummell (1778-1840) se lanzó a cultivar su pasión por el buen vestir y asi empezó una brillante carrera como árbitro de la moda y el buen gusto en los inicios del siglo XIX. La nobleza, los poderosos y las mujeres bellas se rendían ante sus dictados. Era un dandy, un exhibicionista ingenioso y verdaderamente original, que no dudó un solo instante de su buen gusto por las ropas, ni del deseo de imponer ese gusto a los demás, ni de dejar de gastar parte de su fortuna en su ropa.

Recibió el apodo de “Beau Brummell” o lo que es lo mismo "el bello Brummell" y su sofisticado trato y su porte le ayudaron a potenciar sus dotes innatas de seductor. En una ocasión alguien le preguntó cómo se las apañaba para tener tanto éxito con las mujeres y en un alarde de ingenio y picardía le contestó: un seductor innato.

« Es fácil. Trato a las verduleras como duquesas y a las duquesas como verduleras, y me va tan ricamente.»

En una época en que se echaba de menos, abogó por la higiene personal sin falta y se bañaba diariamente. Sus dictados de moda se extienden hasta el día de hoy y así a Brummell se le atribuye la creación del traje moderno de caballero vestido con corbata o algún tipo de pañuelo anudado al cuello; también el haberlo puesto de moda. Este traje se viste ahora en casi todo el mundo en ocasiones formales y de negocios.

Nada más lejos de su mente que las ropas con líneas y colores chillones. Aspiraba al difícil y quizás imposible arte de pasar notoriamente desapercibido («conspicuosly inconspicuous») tanto es asi que afirmaba:

"La elegancia no es un atuendo, es una filosofía", "Si alguien se vuelve para mirar tu traje, es que no vas bien vestido, o vas demasiado rígido, o demasiado apretado o demasiado a la moda".

Ser dandy era para él una profesión a tiempo completo y por tanto nunca trabajó, de modo que no es de extrañar que después de unos años la fortuna de Brummell no fuera capaz de soportar tan desenfrenado tren de vida. Con treinta y ocho años perdió tanto su fortuna como el favor de su amigo de juventud el rey Jorge IV (otro dandy en su juventud) que lo expulsó de la corte. Los acreedores comenzaron a acosar su casa y Brummell no salía de la misma sino de noche, ya que de día ésta se encontraba rodeada de una turbamulta de zapateros, joyeros, sastres, hacedores de botas y comerciantes de vinos.

A los treinta y ocho años y para evitar la prisión, huyó a Calais. Allí trató de vestir con un mínimo decoro pero su ruina era ya completa. En Francia fue al fin a la cárcel. Algunos amigos trataron de rescatarlo y le asignaron una pequeña renta mensual que le servía para pagar la habitación en una pensión. Se trasladó a Caen. Incapaz de vivir sino como un príncipe, dejó de vestirse, bañarse y afeitarse. De noche, en el mísero cuarto de la pensión, organizaba simulacros de las grandes cenas que había vivido. Después de dos apoplejías de origen sifilítico, Beau Brummell murió en el asilo de caridad pública del Bon Saveur en Caen.

A pesar de este inesperado final, el impacto de Beau Brummell sigue siendo fuente de inspiración para la industria del cine, la música y la moda, y en 2002 fue inmortalizado con una estatua de bronce en la londinense Jermyn Street (la que aparece en la foto), una zona que debió conocer bien en vida. Christopher Fenwick quien encargó la estatua de Brummell dijo:

"Beau Brummell es un icono, simplemente. Todo el mundo sabe su nombre. Suyo es el espíritu de esta glamourosa parte de la ciudad"
 

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