Automat - 1927 - Edward Hopper |
CARMEN RUBIO LÓPEZ (España)
EN LA BRASSERIE
Pertenecía a un tipo de mujer
de clase indefinible.
Sombrerito de fieltro y un paraguas
con cabeza de gato,
entredoses de encaje en el corpiño
y unas manos que no debieron nunca
cerrar la cremallera de un blue jean.
Desde mi posición,
estrategicamente amparada en lo oscuro,
comencé a especular con lo que entreveía
detrás de la humareda que exhalaba su boca.
Sus dedos alternaban de su nuca a sus hombros,
del velador al aire
o al relojito antiguo con números romanos
que pulsaba en su escote con un ritmo de vals.
Seguro que llevaba
más de dos mil secretos metidos en las medias,
que su gran confidente era Tolouse Lautreac.
Es algo inevitable esta costumbre mía
de poner siempre nombre a los desconocidos,
sobre todo a las damas de indefinida estirpe,
mas, esta vez, confieso que no pude
encontrar algo afín para sentirla:
Azucena, Magnolia, Anémona, Camelia...
ni siquera sollozo, calofrío
o vaivén de tranvía de un barrio de París.
Empezó a deslizarse por su copa
un barco de vapor llevando a un capitán
-con cara de irlandés-
que desapareció, en un crujir de hielo,
en la fronda escarlata de sus labios.
Lo mismo que una flor que empina sus estambres,
ella se levantó,
y asumiendo el gran riesgo que supone
lucir una apariencia ya descatalogada,
proyectó sobre mí
los rayos infrarrojos de su pelo
y tomó de mi asombro una fotografía.
El poema es obra de la amiga y poetisa Carmen Rubio López que nos lo ofrece para disfrute de todos. Fue Premio Internacional "Villa de la Roda" en La Roda (Albacete).
EN LA BRASSERIE
Pertenecía a un tipo de mujer
de clase indefinible.
Sombrerito de fieltro y un paraguas
con cabeza de gato,
entredoses de encaje en el corpiño
y unas manos que no debieron nunca
cerrar la cremallera de un blue jean.
Desde mi posición,
estrategicamente amparada en lo oscuro,
comencé a especular con lo que entreveía
detrás de la humareda que exhalaba su boca.
Sus dedos alternaban de su nuca a sus hombros,
del velador al aire
o al relojito antiguo con números romanos
que pulsaba en su escote con un ritmo de vals.
Seguro que llevaba
más de dos mil secretos metidos en las medias,
que su gran confidente era Tolouse Lautreac.
Es algo inevitable esta costumbre mía
de poner siempre nombre a los desconocidos,
sobre todo a las damas de indefinida estirpe,
mas, esta vez, confieso que no pude
encontrar algo afín para sentirla:
Azucena, Magnolia, Anémona, Camelia...
ni siquera sollozo, calofrío
o vaivén de tranvía de un barrio de París.
Empezó a deslizarse por su copa
un barco de vapor llevando a un capitán
-con cara de irlandés-
que desapareció, en un crujir de hielo,
en la fronda escarlata de sus labios.
Lo mismo que una flor que empina sus estambres,
ella se levantó,
y asumiendo el gran riesgo que supone
lucir una apariencia ya descatalogada,
proyectó sobre mí
los rayos infrarrojos de su pelo
y tomó de mi asombro una fotografía.
El poema es obra de la amiga y poetisa Carmen Rubio López que nos lo ofrece para disfrute de todos. Fue Premio Internacional "Villa de la Roda" en La Roda (Albacete).
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