miércoles, 14 de noviembre de 2012

Tristana (Luis Buñuel, 1970)




Tristana y Nazarín son las dos novelas de Benito Pérez Galdós que Buñuel adaptó al cine. La película pasó a ser uno de esos proyectos largamente acariciados por Buñuel y constantemente aplazados. Hubo otras dos tentativas de realizarla: una en México en 1952, con Ernesto Alonso y Silvia Pinal al frente del reparto, y otra en 1962, que hubiera estado protagonizada por Rocío Durcal o Stefania Sandrelli.
Supuso la vuelta a España, por segunda y última vez, de Luis Buñuel, tras el escándalo de Viridiana.


La producción de Tristana corrió a cargo de cuatro productoras de tres países diferentes: Época Films y Talía Films por parte española junto a los franceses de Les films Corona y los italianos de Selenia Cinematográfica. Esto condicionó la elección de los protagonistas: los italianos impusieron a Franco Nero(que, según sus propias declaraciones como a  Buñuel  «no le gustaba el nombre de Franco, siempre me llamaba Nero» )-, mientras que los franceses hicieron lo propio con su actriz Catherine Deneuve. Buñuel no tenía muy claro que fuesen los adecuados, pero por su parte logró contar con el español Fernando Rey en el papel de don Lope y también consiguió que participase Lola Gaos.  Cada país se encargaba de pagar a los suyos, así a la Deneuve y a Buñuel –les pagaban la parte francesa de la coproducción- les correspondieron respectivamente veinte y quince millones de las antiguas pesetas. A Franco Nero, aportación italiana, quince. Y a Fernando Casado D’Alambert, para nosotros Fernando Rey –pagaban los españoles-, unas ochocientas mil. Según fuentes bien informadas fue el propio Buñuel, quien ante tamaña injusticia, le regaló de su salario la generosa cifra de un millón de rubias.


 La película está ambientada en Toledo y no en Madrid como en la novela de Galdós. En los años veinte Buñuel estudiaba en la Residencia de Estudiantes y solía visitar la ciudad. Tenía, según Buñuel, un “ambiente indefinible”. En 1923 fundó la Orden de Toledo de la que se nombró a sí mismo condestable. De la Orden formaban parte Pepín Bello, Dalí, Jeanne (esposa de Buñuel), Alberti… Para acceder al rango de caballero había que “emborracharse por lo menos durante toda una noche y vagar por las calles. A menudo, en un estado rayano en el delirio, fomentado por el alcohol, besábamos el suelo, subíamos al campanario de la catedral, íbamos a despertar a la hija de un coronel cuya dirección conocíamos y escuchábamos en plena noche los cantos de las monjas y los frailes a través de los muros del convento de Santo Domingo. Nos paseábamos por las calles, leyendo en alta voz poesías que resonaban en las paredes de antigua capital de España, ciudad ibérica, romana, visigótica, judía y cristiana.” (L. Buñuel: Mi último suspiro, p. 83).  Durante sus visitas a Toledo nunca dejaban de visitar la tumba del cardenal Tavera, esculpida por Berruguete y sobre la que se inclina sensualmente Catherine Deneuve. También aparece en la película el campanario de la catedral del que habla más arriba.

Otro tema filosófico sobre el que puede reflexionarse tras ver la película tiene que ver con las teorías de Freud. Desde la clásica simbología sexual, como el ponerle las zapatillas a Don Lope, hasta  el intrincado Edipo en la relación entre Don Lope y Tristana. El sueño de Tristana en el que la cabeza de Fernando Rey hace de badajo para una enorme campana tiene múltiples e interesantes lecturas. Atracción sexual y hostilidad latente están perfectamente integradas en ese sueño.

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