Una de las muertes más revestidas de patetismo entre personajes conocidos es la de Antonio Gaudí.
En los últimos años de su vida, el arquitecto, no quería que la gente se fijase en su persona sino en el templo al que dedicó en exclusiva los últimos diez años de su vida. Profundamente religioso, de una manera casi mística, quería que los detalles artísticos de la Sagrada Familia llevasen a conocer mejor a los verdaderos protagonistas: un carpintero, una muchacha y un niño en una modesta casa de Nazaret.
Gaudí era a la vez un filósofo, un genio renacentista y para muchos un santo. Según la extensa documentación acumulada en la Santa Sede desde que su trabajo apareció en «L’Osservatore Romano» en 1921 múltiples acciones del arquitecto acreditan su piedad y sus virtudes . De hecho, tiene abierto un proceso de beatificación, el cual, si tuviera éxito, le convertiría en patrón de los arquitectos. Parece que los argumentos y pruebas presentados en contra de la beatificación se refieren a una posible vinculación del arquitecto con la masonería.
Igual que su templo es visible a muchos kilómetros de distancia, la modestia y humildad de Antoni Gaudí era patente, y así lo reflejó la prensa a raíz de su inesperada muerte en 1926, después de ser atropellado por un tranvía. El gran arquitecto vestía de modo tan humilde que los camilleros le tomaron por un anciano indigente y le llevaron al hospital de beneficencia de la Santa Cruz, donde Gaudí, visitando a mendigos enfermos, se había inspirado para su escultura de «la buena muerte» en una de las puertas del templo. Tres días después el famoso arquitecto catalán fallecía en el más completo anonimato. Los hechos detalllados fueron los siguientes:
El arquitecto caminaba la tarde del 7 de junio de 1926, a eso de las seis, por Barcelona (al parecer, Antonio Gaudí daba largos paseos cada día, pues era reacio a montar en vehículos) Entre las calles Gerona y Bailén se asustó al ver venir hacia él un tranvía y, con objeto de evitarlo, se echó para atrás. Con tan mala fortuna que lo atropelló el tranvía que venía en sentido contrario. Éstas al menos fueron las declaraciones que el conductor hizo después. Pero en aquel primer momento de confusión todos los presentes, tanto viandantes como maquinista, decidieron por su aspecto desaliñado que se trataba de un mendigo y lo abandonaron a su suerte en la calle. Por aquel entonces Gaudí contaba con 74 años y hacía tiempo que solía vestir con hábito negro. La manufactura de sus sandalias era propia. El conductor lo apartó a un lado y siguió su camino. Cuando al fin lo llevaron al Hospital de La Santa Creu, de beneficencia, el arquitecto deliraba. No llevaba documentación, y en la ficha no acertaron otro apellido que Sandí. Al cabo de varias horas se lo consiguió localizar, pero aún entonces, según opina Juan José Navarro Arisa en “Gaudí. El arquitecto de Dios”, no fue sino para empeorar las cosas: su acelerado entablillamiento del tórax pudo haber acelarado su muerte.
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