martes, 18 de junio de 2013
El show de Truman (Peter Weir, 1998)).- Análisis filosófico
El show de Truman es, explícitamente, una crítica mordaz en forma de comedia dramática sobre los reality shows. Lo cierto es que tras ver el triunfo a escala global del famoso programa llamado ‘Gran hermano’ (que tan cínicamente se mofa de Orwell por su título y su contenido) y la infinidad de secuelas similares que le han salido, no debería extrañarnos si en el futuro asistimos a crueles experimentos televisivos como el que se lleva a cabo en este film. En El show de Truman, la vida privada es cosificada, instrumentalizada y vendida desde la primera ecografía… Es el triunfo absoluto de la mercancía sobre la naturaleza (humana, se entiende), algo que de por sí, y aunque suavizado por el tono cómico del film, adquiere matices propios de una distopía.
La lógica de los realitys como Gran Hermano se basa en la idea de explotar la realidad en virtud del entertainment. Sin embargo, lo que realmente sucede en un reality es que la realidad es forzada a comportarse de una forma determinada, adecuada a las exigencias del público que lo consume. En Gran Hermano esto se consigue seleccionando el perfil psicológico de los participantes y estableciendo las condiciones en las que deben relacionarse entre sí. Se trata, al fin y al cabo, de ficcionalizar la realidad por medio de la fuerza. En El show de Truman, esa ficcionalización alcanza el absurdo extremo cuando dispone una ciudad entera de actores para arrancarle a la realidad, que se concentra en el personaje de Truman, el efecto deseado. Es, ciertamente, una manipulación violenta de la naturaleza, aunque la fuerza se manifiesta de forma sutil, con argucias y engaños, condicionando psicológicamente al protagonista para que, por ejemplo, se emocione ante el monólogo sentimentaloide de su mejor amigo o sienta miedo a los viajes y se quede, para siempre, recluido en la ciudad.
Pero la crítica al despiadado mundo de la televisión, al público educado en el gusto por fisgonear las vidas ajenas y a la victoria final de la racionalidad instrumental sobre la vida es solo la primera capa de significados.
Truman se las ingenia para escapar sin que nadie lo perciba y se embarca a través de un mar ‘de mentirijilla’ que sin embargo, ha sido dotado de mecanismos para crear tormentas artificiales. Cristoph agita las aguas para impedir la huida de Truman, pero este logra capear el temporal. Finalmente llega a un muro pintado de azul celeste donde descubre una escalinata que asciende hasta una puerta de salida. Cuando está a punto de atravesarla, Cristoph le interpela por megafonía. La voz parece venir del cielo, y filtrándose entre las nubes, dice ‘Truman, puedes hablar. Te escucho’. Truman pregunta, ‘¿Quién eres?’, a lo que Cristoph responde, ‘Soy el Creador… del programa de televisión que llena de esperanza y felicidad a millones de personas’. Truman responde, ‘¿Y quién soy yo?’.
En este estrato simbólico, el elemento metafórico de la escena se escinde en dos poderosas imágenes filosóficas:
a) En primer lugar, Cristoph es el padre de Truman. Su otro padre era un impostor que había muerto ahogado, pero Christoph resucita para tranquilizar a un Truman inquieto. Pero el verdadero padre adoptivo de Truman es Christoph, y lo dice claramente: ‘Te conozco mejor que tú mismo (…) llevo observándote toda tu vida. Te observé al nacer. Te observé cuando diste tu primer paso. Observé tu primer día de colegio… Y el capítulo en el que se te cayó tu primer diente. No puedes irte, Truman. Tu sitio está aquí, conmigo’. Christoph es el padre al que hay que matar freudianamente, la figura de autoridad cuya influencia es preciso derribar para poder desarrollar la propia individualidad.
b) En segundo lugar, Cristoph es el ‘Creador’, es Dios, y cuando Truman decide darle la espalda, renunciando al destino que le reservaba la providencia, buscando su propia autonomía y su propia libertad, parece consumar la máxima nietzscheana del ‘Dios ha muerto’.
Evidentemente, tanto en Freud como en Nietzsche, la muerte del padre y del padre-Dios respectivamente es una muerte simbólica.
Así, el Dios patriarcal ha muerto porque ya no ejerce su antigua influencia sobre el sujeto contemporáneo, de igual modo que la voz de Cristoph no puede detener a Truman. Su autoridad se ha disipado, y ya no tiene nada con qué negociar.
Otro estrato metafórico es el que hace, en un sentido general, referencia al mito de la caverna de Platón. Truman abandona el mundo de las falsas apariencias para ascender (por una escalera) hacia la salida de la caverna, donde se accede al mundo verdadero. Además, el hecho de que se trate de un programa televisivo, el mundo de la imagen, de la simulación (incluso en el caso de los realitys), refuerza el vínculo metafórico con la alegoría de la caverna, donde los esclavos asistían a la ‘proyección’ de sombras de objetos, fantasmas devaluados de las cosas reales, que ellos tomaban por objetos verdaderos.
El amor por Sylvia, el deseo de rencontrarse con ella, es un elemento muy importante. Sylvia es la Penélope de este Ulises. Truman la buscará cuando salga al exterior, y de hecho, ella le estará esperando. Después de todo, algunos especialistas en el pensamiento de Platón afirman que lo que realmente libera al esclavo de la caverna es el eros.
Tomado de "Cinefilosófico", por José Luis Boj Ferrández
Texto sintético con muy interesantes reflexiones.
ResponderEliminarFelicitaciones