"La victoria espera al que tiene todo en orden, es lo que llaman suerte. La derrota es cierta para el que falló en tomar las debidas precauciones, es lo que llaman mala suerte"
Son palabras del noruego Roald Amundsen (1872-1928) sin duda uno de los grandes exploradores de inicios del siglo pasado y que nos recuerdan inevitablemente el desgraciado episodio vivido por este con el heroico y fracasado Robert Falcon Scott en la conquista del Polo Sur. Eran tiempos en los que todavía existían regiones vírgenes en nuestro planeta que atraían como un imán a esas personas ávidas de poner el pie donde nunca otro lo hizo antes y ver lo que nadie había visto y de camino llevarse la gloria de esa hazaña. Así, Amundsen dirigió la expedición a la Antártida que por primera vez alcanzó el Polo Sur, también fue el primero en surcar el Paso del Noroeste, que unía el Atlántico con el Pacífico, y formó parte de la primera expedición aérea que sobrevoló el Polo Norte.
En cierta ocasión se encontraba Amundsen en una de esas elitistas de sociedad en la que era agasajado por sus conquistas y una señora de la alta sociedad lo tenía bombardeado a preguntas de todo tipo sobre sus viajes, no encontrando la manera, el indómito aventurero, de sortear este enjoyado peligro en forma de cotorra infatigable, que amenazaba con hacer insufrible la velada. La conversación llegó a un punto en el que la señora de marras le rogó al explorador, que por favor les contara a los allí presentes el suceso más extraño que le hubiera sucedido durante sus viajes. Amundsen se quedó pensativo durante unos momentos, tras los cuales exclamo:
- Ya sé, !En una sola noche me creció la barba quince centímetros!
Todos los que escuchaban se miraron con mirada perpleja y en el rostro de la señora se dibujo un expresión de verdadero asombro y dijo:
- Pero ¿qué dice usted? ¡Eso es imposible! ¿En una sola noche…?
El explorador, riéndose en voz baja le respondió:
-Pues será extraño, pero así fue. Es algo que si resulta posible en el Polo Norte, un lugar en el que la noche dura seis meses.
No sabemos si la anécdota sirvió para calmar a la inquieta y curiosa señora o le dio alas para preguntar todavía más…. A veces no conviene ser tan ingenioso.
La imagen ha sido tomada de la siguiente página:
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.