jueves, 30 de mayo de 2013

Duke Ellington visto por Eric Hobsbawm


Eric Hobsbawm (1917-2012) fue uno de los mejores historiadores, si no el que más, que ha dado el siglo XX, autor de obras tan lúcidas y clarificadoras como La era de la revolución (1962), La era del capitalismo (1975), La era del Imperio (1987), Historia del siglo XX (1994) o Años interesantes: una vida en el siglo XX (2002, autobiografía). Desde mediados de los cincuenta y durante diez años consecutivos, Hobsbawm fue columnista y comentarista de conciertos, discos y libros en la revista The New Statesman.
El ensayo sobre Duke Ellington, del que hemos extractado los párrafos que siguen, se publicó por primera vez en la New York Review of Books (19-XI-1987) como reseña del libro Duke Ellington, de James Lincoln Collier (1987). Nosotros hemos consultado el texto en la versión española que figura en el libro de Hobsbawm Gente poco corriente. Resistencia, rebelión y jazz (Barcelona, Crítica, 1999), que recomendamos muy sinceramente a quienes no lo conozcan.

“Entre las grandes figuras de la cultura del siglo XX, Edward Kennedy Ellington es una de las más misteriosas. A juzgar por lo que dice el excelente libro de James Lincoln Collier, debe ser también una de las menos agradables: frío con su hijo, despiadado en su trato con las mujeres y sin escrúpulos que le impidieran usar la obra de otros músicos. Pero es innegable que ejercía una extraordinaria fascinación en las personas a las que trataba mal y a las que era leal al mismo tiempo, entre ellas las que se dejaron dominar por él, la mayoría de sus colegas y amantes. (...)

De hecho, nada era obvio en Duke Ellington el hombre, excepto la máscara que siempre llevaba en público y detrás de la cual se ocultaba su personalidad: la de hombre de mundo, afable, guapo y seductor que se comunicaba con su público (...) Y, sin embargo, es indudable que el conjunto de su obra jazzística, que ‘incluye cientos de composiciones completas, muchas de ellas casi perfectas’, es uno de los principales logros de la música de su era (1889-1974). Y también es indudable que, de no ser por Ellington, esta música no existiría (...)
Desde hace mucho tiempo se acepta que Ellington era fundamentalmente un músico improvisador cuyo ‘instrumento era toda una orquesta’, y que ni tan solo podía pensar en su música excepto por medio de las voces de los miembros de la misma. Que desde el punto de vista de musical era corto de recursos y, por tanto, incapaz de desarrollar extensamente una idea musical siempre fue obvio, pero, por el contrario, en 1933 ya se sabía que ningún otro compositor, clásico o del tipo que fuese, podía vencerle en los tres minutos que duraba un disco de 78 revoluciones (...)
Lo mejor de la obra de Ellington es lo que creó para cabarets y salones de baile (...) Quien esto escribe, a los dieciséis años se enamoró para siempre de la orquesta de Ellington en su mejor época, al oírla tocar en lo que se llamaba un ‘baile-desayuno’ en un salón de baile de las afueras de Londres ante un público atónito que no contaba para nada, salvo como una masa oscilante de gente bailando que era lo que orquesta estaba acostumbrada a ver ante ella. Los que nunca han oído a Ellington tocando música para bailar o, mejor aún, en un comedor lleno de noctámbulos elegantes, donde el verdadero aplauso consistía en el cese de las conversaciones alrededor de las mesas, no pueden saber cómo era la mejor orquesta de la historia del jazz cuando tocaba a gusto en su propio ambiente.



En mayor medida que cualquier otro, Ellington representaba esa capacidad que tiene el jazz de hacer que personas sin interés por la ‘cultura’, personas con sus pasiones, ambiciones e intereses, y con su propia manera de satisfacerlos, se conviertan en creadores de un arte serio y, a pequeña escala, grande. Lo demostró por medio de su propia transformación en compositor y también por las obras de arte integradas que creó con su orquesta, una orquesta que contenía menos artistas individuales de absoluta brillantez que otras, pero en la cual la actuación individual extraordinaria era el fundamento de los logros colectivos. (...)
El jazz de hoy, interpretado en gran parte por músicos educados, a menudo con formación clásica, esencialmente para ser escuchado, creado por una generación cuyos vínculos con el blues en gran parte han tenido como mediadores el rock y un góspel musicalmente empobrecido, tendrá que buscar otra manera, si puede, de dejar una huella tan grande como la que dejó el jazz que hacían los que crecieron en la primera mitad del siglo XX”.

Les dejamos ahora con una selección de actuaciones en directo de Duke Ellington y su Orquesta. Comenzamos con Take the "A" Train, un tema que compuso Billy Strayhorn en 1939 y Duke acabó adoptando como sintonía para abrir los conciertos con la orquesta. La actuación que recoge el vídeo tuvo lugar en Nueva York en 1962.




De 1930 data Mood Indigo, una de las más populares y mejores melodías de Ellington, que vemos en un vídeo que desconocemos cuando se grabó.



En el vídeo siguiente la orquesta de Duke, tras un solo de este al piano con fragmentos de algunos de sus éxitos, interpretan It Don't Mean a Thing, composición suya de 1931, y Don't get around, otro tema suyo de 1940.



Un bello tema del propio Duke, sumamente versionado, es Satin Doll (1953), que este interpreta al piano, acompañado de su orquesta, en una actuación cuya fecha y lugar no hemos conseguido determinar.




De un concierto celebrado en Ámsterdam en 1958 es la versión que interpreta Duke con parte de su orquesta de All of Me, gran tema compuesto por Gerald Marks y Seymour Simons en 1931.




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