Poe fue un niño huérfano que sería acogido por una familia con cierta comodidad económica. Sus padres adoptivos lo internaron en un colegio que se encontraba muy próximo a un cementerio. El profesor de matemáticas, quizás por la falta de libros y otros recursos, tenía la extraña costumbre de sacar a los alumnos de la clase y hacerlos pasear entre las lápidas como "actividad pedagógica". Y ciertamente lo era: los muchachos debían elegir una lápida y calcular la edad en la que había fallecido aquel que allí reposara, restando las fechas de nacimiento y defunción que figuraban en la tumba.
Pero no acaba ahí la relación entre aquellos jóvenes, entre los que se encontraba Edgar Allan Poe y el cementerio del internado, ya que eran ellos, lo niños, los que cavaban las tumbas cuando algún miembro de la parroquia moría y era enterrado en aquel lugar. Con estas vivencias en la juventud de Poe, no es de extrañar que su cabeza diera lugar años más tarde a algunas historias que hoy, casi dos siglos después, siguen siendo referencias en el mundo del terror y el misterio.
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