"Hay corredores que parecen volar, otros bailar, otros desfilar, otros parecen avanzar como sentados sobre las piernas. Algunos dan tan sólo la impresión de ir lo más rápido posible a donde acaban de llamarlos. Emil, nada de todo eso.
Emil parece que se encoja y desencoja como si cavara, como en trance. Lejos de los cánones académicos y de cualquier prurito de elegancia, Emil avanza de manera pesada, discontinua, torturada, a intermitencias. No oculta la violencia de su esfuerzo, que se traduce en su rostro crispado, tetanizado, gesticulante, continuamente crispado por un rictus que resulta ingrato a la vista. Sus rasgos se distorsionan, como desgarrados por un horrible sufrimiento, la lengua fuera intermitentemente, como si tuviera un escorpión alojado en cada zapatilla de deporte. Está como ausente cuando corre, tremendamente ausente, tan concentrado que ni parece estar cuando está ahí más que nadie, y su cabeza, encogida entre los hombros, sobre el cuello siempre inclinado hacia el mismo lado, se balancea sin cesar, se bambolea y oscila de derecha a izquierda.
Puños cerrados, contorsionando caóticamente el tronco, Emil hace también todo tipo de cosas con los brazos. Cuando todo el mundo os dirá que se corre con los brazos. A fin de propulsar mejor el cuerpo, los miembros superiores deben utilizarse para aligerar las piernas de su propio peso: en las pruebas de fondo, el mínimo de movimientos con la cabeza y brazos mejora el rendimiento. Pues Emil hace exactamente lo contrario, parece correr sin que le importen los brazos, cuya impulsión convulsiva arranca de demasiado arriba, describiendo curiosos desplazamientos, a ratos alzados o proyectados hacía atrás, colgando o abandonados a una absurda gesticulación, y sacude también los hombros levantando exageradamente los codos como si transportase una carga demasiado pesada. Mientras corre parece un boxeador luchando contra su sombra, por lo que todo su cuerpo se asemeja a un mecanismo descompuesto, dislocado, doloroso, salvo por la armonía de sus piernas, que muerden y mastican la pista con voracidad. En suma, no hace nada como los demás...."
Así describe Jean Echenoz en su libro "Correr" (Anagrama 2010) la singular forma de correr del portentoso atleta checoslovaco Emil Zatopek; un libro en el que se muestra el devenir vital y atlético de este deportista y de camino y utilizando su figura como hilo conductor, los sucesos políticos y sociales que se dieron en muchos países de la órbita comunista durante la guerra fría, y ejemplo de como se aprovechaba el talento personal en pos de una idea, aparentemente liberadora, y como esta misma idea, una vez pervertida, termina convirtiéndose en una cárcel para el pensamiento y los actos de aquellas personas a las que pretendía liberar de antiguos yugos.
Cuando hace ya demasiados años, correr era mi pasatiempo favorito, me gustaba saber de las gestas de las viejas leyendas del atletismo, buscando quien sabe si inspiración, un modelo o simplemente como ahora un aficionado al fútbol sigue con devota atención cada uno de los regates de su figura predilecta, intentando descifrar el misterio de su arte. Sin duda una de las figuras más refulgentes del atletismo de ayer y hoy es el simpar Emil Zatopek.
Zatopek, nacido en 1922, era de origen humilde y antes de que sus correrías le hicieran famoso hubo de ganarse el sustento en una fábrica, troquelando suelas de zapatos mientras respiraba los efluvios de sustancias químicas perjudiciales para cualquier persona. El destino le llevó por una senda impensable para él en aquellos tiempos y por compromisos laborales hubo de empezar a correr, a correr sin parar hasta llegar a ser conocido como "la locomotora humana". Su técnica de carrera, como nos contaba arriba Echenoz, era pésima, contraproducente se podría decir y sin embargo esa manía suya de correr con los brazos en jarras y con gesto de supremo sufrimiento, como si no fuera a ser capaz de dar dos pasos más, era realmente de lo más efectiva, y por si fuera poco Emil siempre guardaba un sprint fabuloso para finalizar sus carreras. Alain Mimoun (en la foto aparece tras Zatopek) sufrió como nadie la fortaleza del gran corredor checo y creo que el hecho de que no aparezca en la novela es uno de sus grandes fallos. Mimoun y Zatopek eran grandes amigos y también grandes rivales cuando de competir se trataba. Mimoun era considerado el eterno segundón, de hecho acumulaba tres platas olimpicas en pruebas en las que siempre Zatopek le había arrebatado el oro, en algunas por tan solo un segundo, como los míticos 5000 metros de las Olimpiadas de Helsinki, prueba a la que pertenece la foto que abre el artículo, y que es considerada una de las carreras del siglo. Su mala suerte cambiaría en la Olimpiada de Melbourne, en el Maraton, en la que logró el ansiado oro en la misma prueba en la que se apagó definitivamente la llama del talento de Zatopek que quedó sexto. Como buenos amigos, cuando Mimoun vio llegar a un roto Zatopek a meta le dijo: "Emil, ¿por qué no me felicitas? Soy el campeón olímpico" Zatopek que ya acumulaba muchos éxitos y medallas comprendió al instante la importancia de ese momento para su amigo y se abrazaron sinceramente. Mimoun logró sacudirse en aquel instante el peso de ser siempre el segundo y tiempo después dijo que para él, aquel abrazo le resultó más valioso que la propia medalla de oro.
Pero hablábamos de Zatopek y no de Mimoun, y casi no es de recibo hablar antes de sus derrotas, ciertamente escasas, que de sus legendarias victorias. Zatopek logró una gesta hasta ahora no igualada. Después de ganar los 10.000 metros en Londres, y quedar segundo en los 5000, se convirtió en leyenda en los Juegos Olímpicos de Helsinki de 1952, donde consiguió la proeza de ganar el titulo olímpico en las disciplinas de 5000, 10000 y maratón en unos mismos juegos, con el desgaste que suponen estas tres pruebas, sumamente exigentes cada una de ellas por separado. Creo que el que más cerca se quedó fue Lasse Viren, que en Montreal 1976 gano 5000, 10000 y quedó quinto en el maratón. Zatopek, llegó a correr los 5000 metros en 14'57"6 y los 10.000 metros en 28'54"2, unos tiempos soberbios para una época en la que los médicos y la ciencia todavía no habían entrado en el mundo del deporte. En su lista de records, llegó a contar con nada menos que 18 plusmarcas, abarcando con ellas todo el abanico de las pruebas de fondo y durante años fue del todo imbatible, por muy fea y excéntrica que fuera su forma de correr. Como se dice en el libro de Echenoz: “No tengo suficiente talento para correr y sonreír a la vez, reconoce Emil. Correré con un estilo perfecto cuando se valore la belleza de una carrera según un baremo, como en el patinaje artístico. Pero yo, de momento, lo que tengo que hacer es correr lo más rápido posible”
Ni que decir tiene, que Zatopek se convirtió en todo un héroe nacional, en una personalidad admirada por todos los checoslovacos. y sus éxitos, que le llevaron a ser ascendido hasta el grado de Coronel, terminaron por jugarle una mala pasada. Durante la conocida como la "Primavera de Praga", Alexander Dubcek, nuevo líder del país, proponía una serie de libertades y avances que no cuadraban en modo alguno con el férreo control que era habitual en los países satélites de la entonces denominada Unión Soviética, lo que provocó la inmediata reacción de este último pais, que envió a sus tanques para controlar de nuevo al díscolo territorio. Zatopek, ya retirado de la competición, y requerido por sus conciudadanos, fue públicamente crítico con la ocupación militar de su país, y siendo el éxito de esta incontestable, también lo fue el castigo y consiguiente ocaso del corredor, que vio como era expulsado del ejército y del Partido Comunista. Llegaron épocas de penuria para Emil y a los que mandaban no se les ocurrió otro castigo, para intentar humillar públicamente al otrora héroe del país, y ahora solo traidor, que darle el oficio de barrendero. Pero igual que mágicas fueron sus victorias, mágico fue el comportamiento de todos los ciudadanos que en otro tiempo disfrutaron con sus logros y que no olvidaban el orgullo que les hizo sentir de ser checoslovacos. Todos los vecinos limpiaban diariamente las calles que pertenecían a su ruta de trabajo antes de que él llegase, impidiendo así que tuviera que barrer o recoger cualquier tipo de basura. Sus calles eran las más limpias de Praga sin que el moviera una sola vez la escoba y por consiguiente lo que debía ser un castigo se tornó en un paseo triunfal. Era una muestra de respeto sencilla pero abrumadoramente hermosa. Era una alfombra roja que sus conciudadanos le ponían simbólicamente todos los días. Aquí en España, tan acostumbrados a hacer leña del tronco caído, no sé qué hubiera pasado en un caso similar. Y es que a veces las más grandes victorias no se tienen en la pista de atletismo.... Murió en el año 2000.-
“Si quieres ganar, corre los cien metros; si quieres experimentar la vida, corre maratones” .
Emil Zatopek