CARMEN RUBIO LÓPEZ (España)
RETRATO A LA INTEMPERIE
Caminaba, bajo un paraguas rojo,
dando pequeños brincos, como hacen los gorriones,
para evitar los charcos.
Esa teladearaña que el abandono teje,
campaba entre sus ropas.
Sus ojos coincidían con el regreso
del agua a los cristales.
Igual que si habitara
el espacio que deja un cuerpo de hace poco,
de puntillas, se erguía
buscando en la mirada de cualquier paseante,
un signo de que aún podían conocerla.
Casi notaba el roce de los que no ven nunca,
de los que, ya hace mucho, perdieron en asombro.
¡Pero existían cosas,
el olor de la lluvia -por ejemplo-
o el temblor de aquel perro desahuciado
que nació más al norte de lo que había previsto,
por las que aún valía la pena interesarse!
Del talle o ademán de languidez colgaban
sus últimos suicidios. A intervalos,
apartaba un mechón de su mejilla.
¿Dónde encontrar ahora su alameda de junio,
su corazón de blonda, su credencial, su origen,
sus señas, su destino...?
Expuesta al centelléo de los escaparates,
de una ciudad que borra el vuelo de los pájaros,
dejaba, sin saber, su transparencia
a merced de ese tacto lúbrico de la noche.
En la calle que duerme frente al mar, se detuvo.
Dejó su par de guantes junto al agua,
el bolso de olvidar.
Un golpe de marea le desnudó la nuca
y se deshizo en viento,
lo mismo que esas islas a las que nadie nombra.
La gente iba pasando.
Se oyó una voz: "El cielo tiene color de nieve".
Bajo el paraguas rojo,
sus zapatos de ayer aún conservaban
un aire de domingo.
Este poema nos lo ofrece su escritora y amiga, Carmen Rubio López, para disfrute de todos. El poema fue Premio "José Gerardo Manrique de Lara" en la Asociación de Escritores y Artistas Españoles de Madrid. Gracias Carmen! (Paco Pizca)
No puedo ofrecer datos sobre autor y título de la fotografía
RETRATO A LA INTEMPERIE
Caminaba, bajo un paraguas rojo,
dando pequeños brincos, como hacen los gorriones,
para evitar los charcos.
Esa teladearaña que el abandono teje,
campaba entre sus ropas.
Sus ojos coincidían con el regreso
del agua a los cristales.
Igual que si habitara
el espacio que deja un cuerpo de hace poco,
de puntillas, se erguía
buscando en la mirada de cualquier paseante,
un signo de que aún podían conocerla.
Casi notaba el roce de los que no ven nunca,
de los que, ya hace mucho, perdieron en asombro.
¡Pero existían cosas,
el olor de la lluvia -por ejemplo-
o el temblor de aquel perro desahuciado
que nació más al norte de lo que había previsto,
por las que aún valía la pena interesarse!
Del talle o ademán de languidez colgaban
sus últimos suicidios. A intervalos,
apartaba un mechón de su mejilla.
¿Dónde encontrar ahora su alameda de junio,
su corazón de blonda, su credencial, su origen,
sus señas, su destino...?
Expuesta al centelléo de los escaparates,
de una ciudad que borra el vuelo de los pájaros,
dejaba, sin saber, su transparencia
a merced de ese tacto lúbrico de la noche.
En la calle que duerme frente al mar, se detuvo.
Dejó su par de guantes junto al agua,
el bolso de olvidar.
Un golpe de marea le desnudó la nuca
y se deshizo en viento,
lo mismo que esas islas a las que nadie nombra.
La gente iba pasando.
Se oyó una voz: "El cielo tiene color de nieve".
Bajo el paraguas rojo,
sus zapatos de ayer aún conservaban
un aire de domingo.
Este poema nos lo ofrece su escritora y amiga, Carmen Rubio López, para disfrute de todos. El poema fue Premio "José Gerardo Manrique de Lara" en la Asociación de Escritores y Artistas Españoles de Madrid. Gracias Carmen! (Paco Pizca)
No puedo ofrecer datos sobre autor y título de la fotografía