jueves, 19 de noviembre de 2015

¿Imagen o palabra? Gabriel García Márquez Vs Stanley Kubrick




"Dile que sí, aunque te estés muriendo de miedo, aunque después te arrepientas, porque de todos modos te vas a arrepentir toda la vida si le contestas que no"

La frase está tomada del libro "El amor en los tiempos del cólera" de Gabriel García Márquez e invita a imaginar que podría ocurrir con ese gesto de complicidad que el gran Stanley Kubrick, en su época como fotógrafo, captó en el metro de Nueva York.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

"Manos Peligrosas" - 1953 - Samuel Fuller



Hasta el último momento no estuvo claro quién sería la actriz que protagonizaría "Manos peligrosas" ("El rata" en Argentina) y se desecharon para este rol a Marilyn Monroe, que ese año ya había mostrado sus dotes como mujer fatal en "Niagara", tampoco obtuvo el placet Ava Garner que si bien fue una mala malísima en el rol de Kitty Collins en "Forajidos", aquí parecía demasiado glamourosa para un rol en los bajos fondos que exigía una mujer un poco menos sofisticada; tampoco tuvieron suerte Shelley Winters o Betty Grable,  de hecho incluso Jean Peters, la que finalmente fue elegida para el papel, fue en un principio tachada de la lista. 

Solo cuando Fuller la vió andar por el estudio, poco antes de que empezara la producción, reparó que tenía una forma de moverse que le recordaba mucho a como andaban muchas prostitutas. Esa singular cadencia de su "tren inferior" le valió uno de los mejores papeles de su vida y de hecho Fuller no olvida esta inspiración divina en algunas de las secuencias del film, entalladita en su traje blanco a juego con zapatos y bolso, caminando resueltamente por la calle. Queda por saber qué opinaba Jean Peters de este curioso método de casting para el que tuvo que utilizar bien poco sus recursos actorales.

Anécdotas aparte, no hay duda de que "Manos peligrosas" (1953) es una de las mejores películas de la historia del cine negro, pero también es cierto que es difícil entender el exacerbado anticomunismo que destila si no reparamos en el momento histórico en el que fue realizada.  Al comenzar los años cincuenta, los rusos hacen pruebas con sus primeras armas nucleares, haciéndoles ver a los norteamericanos que son un enemigo poderoso con los dientes bien afilados,  que además podría aliarse fácilmente con China en donde acababa de triunfar el comunismo. Hitler había pasado a la historia y para los americanitos el nuevo Satanás vestía de rojo y tenía una hoz y un martillo en la mano. Los traidores a la patria estaban de moda y en el mismo año de la película, 1953, serían ejecutados Julius y Ethel Rosenberg acusados de espionaje. Era el caldo de cultivo ideal para el Macarthismo y la caza de brujas que por aquellos años vivía su época dorada en Hollywod.  "Manos peligrosas" es de 1953 y en ella se recoge toda esta inquietud ante el ascendente poderío de los "rojos", además de mezclarlo con la inquietud que provocaba la delincuencia que parecía adueñarse de las calles de las grandes ciudades. 

Samuel Fuller se vale de un guión sensacional, obra de él mismo, para que toda esta propaganda política sea digerible y disculpable y quede milagrosamente bien engarzada en una obra de arte incontestable. De hecho se logra tal grado de excelencia en la historia que consigue que creamos a un personaje como Moe, a la que da vida Thelma Ritter, capaz de delatar sin un atisbo de duda a un buen amigo por unos cuantos dólares para pagarse una tumba digna en la que descansen sus huesos, pero que es incapaz de traicionar a su país por varios cientos e incluso acepta morir y enfrentarse a su mayor miedo, que sus huesos descansen en una fosa común, antes que ayudar a los enemigos de su país. Ella misma es la que dice: "Una cosa es ser un ratero y otra ser un traidor".  

La película,  financiada por la Fox,  se rodó con un presupuesto más que corto y en apenas 20 días,  a Fuller parece que no le hicieron falta más para rodar carta de nacimiento a la que a buen seguro es su mejor obra. Como dice José Luis Garci en su libro "Noir":  "Fuller  te agarra de la solapa cuando el proyector se pone en marcha y ya no te suelta hasta el The End. Cree tanto en lo que está contando, que te hipnotiza y te deja sin capacidad de reacción, seas de la ideología que seas. Fuller es cine, mejor o peor, pero cine".  Y en este caso añado yo, cine del mejor.

Thelma Ritter es el gran motor de la película, una secundaria de lujo, (estuvo nominada en seis ocasiones y en ninguna le dieron el Oscar) y es ella la que protagoniza las mejores escenas de la película, aparte claro está, de la del robo en el metro con la Peters y el Widmark, que es sencillamente espectacular. 
Probablemente este rol como Moe Williams, se la mejor actuación de la gran Thelma Ritter, una singular vendedora callejera de corbatas baratas, que sabe la vida y milagro de todos los buscavidas de la ciudad, información que bien remunerada puede estar a disposición de quien le subvencione convenientemente una parte de esa tumba que ansía para sí misma. Y es que Thelma no los vende por vicio o amor al dinero, al contrario, guarda con mimo un pequeño fajo de dólares, con el que espera pagarse una buena tumba que le haga olvidar las estrecheces que tuvo que soportar para poder pagarla. Curiosamente sus amigos, los delatados, no se lo reprochan excesivamente, y la estiman, saben que es su manera de sobrevivir y que ese pequeño soplo solo adelanta un poco de tiempo el hecho de que los atrapen. ¡C'est la vie!

La protagonista de la película es la piratilla de Jean Peters, la actriz que consiguió llevar al altar a todo un conquistador como Howard Hughes y además mantenerlo a su lado durante 14 años. Aquí da vida a una fierecilla vestida de un blanco radiante y que ese mismo año había adoptado el rol de buena chica en Niagara.  En  "Manos peligrosas" su personaje se llama Candy, pero no se equivoquen, esta lady no tiene nada de candida, es la cruz de aquella de las cataratas. Esta  sabe muy bien  lo que tiene que hacer para conseguir lo que quiere  y de hecho no le importa besar apasionadamente a un raterillo de poca monta como Skip McCoy (Richard Widmark) segundos después de que este le propinara un puñetazo que en un ring le podría haber dado un campeonato.  Y es que Widmark, el carterista, que lía todo este embrollo robando unos microfilms con información sensible, cuando pensaba que tan solo había robado una cartera más, es como en otras de sus películas (recordemos "El beso de la muerte") un ser brutal, que en un momento de la trama le da una soberana paliza a la Peter. De hecho el guión tuvo serios problemas para pasar la censura por lo extremada violencia con la que se trata a Candy, de hecho resultó preciso retocar las escenas más duras hasta hacerlas masticables por el Código Hays. Pero violento o no, Richard Widmark sabe, una vez más hacer creíble y rotundo a su personaje y atraparnos con su forma de hacer y actuar. Curiosamente tanto la Peters como Widmark acabarán impidiendo que la información llegue a manos del enemigo, pero no por amor a su país, sino por amor del uno por el otro. Solo de una manera difusa, Moe, el personaje al que da vida Thelma Ritter, parece hacerlo en aquel sentido. Al menos eso se desprende de esa sensacional escena en la que se encuentra, esperándola, al traidor en su casa:

Moe - ¡Qué desea usted señor?
Traidor - El nombre y dirección que dio usted de un ratero esta noche...  Ahí van 100 para que recuerde...
Moe - Tiene mucho interés...
Traidor - 500...
Moe - ¿De qué está hecho ese tipo de diamantes?
Traidor - ¡Dígame su dirección!
Moe - Tal vez recuerde dentro de un par de días
Traidor - Tal vez no esté usted aquí dentro de un par de días...
Moe - ¿Es que me amenaza usted con matarme?  Hago preguntas tontas...   soy una estúpida.
Traidor - ¿Por qué no quiere decírmelo a mi? ¡Usted vendería a cualquiera por un botón!
Moe - Si. Pero no a usted señor. 
Traidor - ¡Oiga no puedo perder tiempo!
Moe - ¿Usted no puede perder tiempo? Oiga señor, cuando usted ha venido esta noche ha encontrado a una mujer sola... cansada, acabada.  Eso le puede pasar a todo el mundo. A usted le pasará algún día... en mi influye todo. Mi espalda, las jaquecas... no duermo por las noches. Es difícil levantarse por las mañanas y vestirse, callejear, subir escaleras... y así todo el tiempo. ¿Pero qué voy hacer dejarlo? He de ganarme la vida para poder morir... pero ni un buen entierro merece la pena si es a costa de tratar con gente como usted.  Yo sé lo que usted busca...
Traidor - ¿Qué sabe usted?
Moe - Que ustedes los comunistas buscan una película que no es suya. 
Traidor - Acaba usted de cavar su sepultura. ¿Qué más sabe usted?
Moe - ¿Qué que se yo? ¿De los comunistas? Tan sólo sé una cosa. Que los aborrezco...no tendré el entierro que yo quería. Lo intentaré. Oiga señor estoy tan cansada que me haría un favor volándome la cabeza....

Pues eso, espías, ladrones, delatores, policías listos, mujeres insinuantes, sombreros de ala ancha, excelente blanco y negro, grandes actuaciones, una banda sonora a la medida (que no logro encontrar)....  ¿Se puede pedir más?




Título original: Pickup on South Street
Año: 1953

Duración: 80 min.

País: Estados Unidos

Director: Samuel Fuller

Reparto: Richard Widmark, Jean Peters, Thelma Ritter, Richard Kiley, Murvyn Vye, Milburn Stone, Willis Bouchey, Harry Tenbrook, Parley Baer, Virginia Carroll, Wilson Wood

Guión: Samuel Fuller (Historia: Dwight Taylor)

Música: Leigh Harline

Fotografía: Joe MacDonald  - Blanco y negro

Productora: 20th Century Fox





martes, 17 de noviembre de 2015

No quiero ser más el que soy - Cuento completo de GIovanni Papini y prólogo de Borges

Autorretrato (1971) - Francis Bacon


Tan sólo hace diez horas que me he dado cuenta de mi horrible condición. Hasta entonces no sabía aún lo espantoso que puede ser el mundo. Desde hace unos años creía ser un graduado en terribilidad. Había experimentado, pensado, imaginado, soñado todo lo que hay, lo que habrá, lo que podría haber en él de más terrorífico, de más tormentoso, de más horripilante, de más monstruoso y desatinadamente angustioso. Conocía la ansiedad de las esperas nocturnas; las desesperaciones de los últimos besos, los temblores de las apariciones silenciosas, los delirios de las pesadillas, los estremecimientos de los relojes invisibles que marcan en las noches las horas eternas, los espasmos de suplicios imposibles, los gemidos exasperados de las almas sin asilo, la fiebre errante de los coloquios demoníacos. Pero no conocía todavía la más terrible cosa que puede existir en el mundo; no conocía el suplicio último, el suplicio supremo. Hace diez horas solamente que he tenido la revelación y ya me parece que muchas dinastías pasaron sobre la tierra y muchos solitarios dejaron el cielo.

Me esforzaré por conservar la calma. Trataré de ser claro. Elegiré la fórmula más neta, más simple, más natural: Me he dado cuenta de que no puedo ser yo mismo. Me he dado cuenta de que no podré nunca -nunca, ¿comprenden?-, de que no podré nunca cesar de ser yo mismo. Quizás no me haya explicado bastante. Veamos: yo quisiera, pues, cambiar. Pero cambiar seriamente -¿comprenden?- cambiar completamente, enteramente, radicalmente. Ser otro, en síntesis. Ser otro que no tuviese ninguna relación conmigo, que no tuviera el mínimo punto de contacto, que ni siquiera me conociese, que nunca me hubiera conocido.

¡Los cambios y renovaciones insustanciales los conozco desde hace tanto! Se trata de plumerazos, de mudanzas, de encaladuras. Se cambia el papel de Francia pero la habitación es siempre la misma; se cambia el color del sobretodo pero el cuerpo que recubre es el mismo; se cambian de lugar los muebles, se cuelga con pequeños clavos un nuevo cuadro, se agrega un estante de libros, un sillón mas cómodo, una mesa más ancha, pero el cuarto es el mismo; siempre, siempre, inexorablemente, implacablemente el mismo. Tiene el mismo aspecto, la misma fisonomía, el mismo clima espiritual. Se muda la fachada y la casa, adentro, tiene las mismas escaleras y las mismas habitaciones; se. cambia la cubierta, se reemplaza el título, se modifican los adornos del frontispicio, los caracteres del texto, las iniciales de los capítulos, pero el libro cuenta siempre la misma historia -siempre, siempre, inexorable, implacablemente la misma, vieja, fastidiosa, lamentable historia.

Estoy cansado ya de esta clase de cambios y renovaciones. ¡Cuántas veces yo mismo he cepillado mi pobre alma! ¡Cuántas veces le he dado un nuevo barniz a mi cerebro! ¡Cuántas he vuelto a poner orden en la confusión de mi corazón! Me hice trajes nuevos, viajé por nuevos países, viví en ciudades nuevas, pero siempre sentí, en lo más profundo de mí mismo, algo que permanece, que siempre permanece, que soy yo, siempre yo mismo, que cambia de rostro, de voz, de andar, pero que permanece eternamente como un guardián incansable e inflexible. A su alrededor las cosas desaparecen pero él no guarda recuerdo de ellas; en torno suyo las cosas aparecen y él no retrocede... Ahora estoy cansado de vivir conmigo mismo, siempre. Hace veinticuatro años que vivo en compañía de mí mismo. Ya basta: estoy definitivamente hastiado. ¿Solamente hastiado? ¡Mucho más todavía! Digan más bien que estoy disgustado, repugnado, nauseado de este yo con el cual he vivido veinticuatro años seguidos.

Creo, finalmente, tener el derecho de dejarlo. Cuando una casa ya no nos gusta podemos mudarnos; cuando un instrumento no nos sirve más lo arrojamos al agua. ¿Y mi cuerpo no es acaso una casa, ya sea una cabaña o un templo? ¿Mi alma no es acaso un instrumento, ya sea una hoz o una lira?

Sin embargo, no puedo desalojarme de mi cuerpo ni puedo arrojar en un mar cualquiera mi alma. Cada vez que me aproximo a un espejo vuelvo a ver mi pálido y delgado rostro, con la boca semiabierta como sedienta de viento o hambrienta de presas, con los cabellos enmarañados y volubles como los de un salvaje, con los ojos color castaño crepuscular, en cuyo centro se abren las grandes pupilas negras como madrigueras de serpientes.

Y cada vez que paso revista a mi espíritu encuentro los queridos pero habituales conocidos: rostros que ríen burlonamente con desesperada ternura, rostros que lloran con algo de vergüenza, rostros misteriosos ocultos por mechones de cabellos muy negros, y a lo lejos ecos de estribillos rossinianos y de argucias de Diderot, de sinfonías beethovenianas y de versos de Lapo Gianni, de arias de Scarlatti y de apotegmas de Berkeley, cadencias de flautas que acompañan la danza de frívolas mujeres blancas, estruendos de órganos bajo grandes mosaicos de oro y violeta, y procesiones de patricios con vestiduras moradas a través de grandes salas, vacías y poco iluminadas.

Y muchas otras cosas encuentro y vuelvo a hallar en el alma que me fue tan querida, y que nutría con tanta abundancia y adornaba con tanto fasto. Pero es siempre mi alma: algo de lo que fue habita todavía en ella y nadie podrá afirmar que no haya estado allí nunca.

¿Quién me enseñará, pues, entre estos hombres amantes de los hogares y de las flores secas, a liberarme de mi cuerpo y de mi alma? ¿Quién podrá hacer de modo que yo no sea más yo, que me trasmute en otro, que ni siquiera pueda recordar al que soy ahora? ¿Quién puede, hombre o demonio, darme lo que pido con toda la desesperación de mi alma furiosa contra sí misma? Un viejo demonio, hace poco, me sugirió brincando un viejo método: matarme. Pero no tengo ninguna fe en ese demonio. Lo conozco desde hace poco y tengo motivo para creer que está de acuerdo con sepultureros y grabadores con epitafios, ya que lo he visto muchas veces merodear en torno de los cementerios. Y por otra parte, ¿de qué serviría? No tengo ninguna gana de aniquilarme, de cesar de vivir. Yo quiero ser, pero ser otra cosa; quiero vivir todavía, pero vivir otra vida. No tengo ninguna simpatía por el suicidio. Nunca quise demasiado a ese pobre diablo de Werther, que se mató por no haber encontrado una segunda muñeca rubia, y de ningún modo estimo a sus imitadores, que en general son todavía más deprimentes que aquel desgraciado sentimental de provincia alemana. Las pistolas, con sus caños relucientes que se adelantan estúpidamente en el aire, me parecen inútiles como instrumentos de laboratorio: el veneno me aburre, incluso en las novelas inglesas de intriga italiana, y en cuanto a la horca, la creo apenas digna del más harapiento de mis enemigos.

No tengo, pues, ninguna gana de no ser, pero sí una desesperada y prepotente voluntad de ser de otro modo, de ser otro. Y tengo también un desesperado deseo de no ser lo que soy, porque soy de tal manera que quiero lo que no podré tener nunca. Yo quiero no ser yo, porque sé que no podré nunca no ser yo.

He aquí que he llegado al absurdo. He aquí que he llegado al momento en que ninguno puede saber lo que yo digo y lo que quiero. Ninguno sabrá jamás lo que está en mí en estos terribles momentos. Ninguno, justamente ninguno: ni siquiera el más fino, el más psicólogo, el más stendhaliano de mis demonios familiares.

Él está aquí, a mi lado. Su cara está más roja, más hinchada que de costumbre y bajo su gorro de piel de lobo sus ojos entrecerrados y astutísimos me miran con una calma embarazosa. Ha visto lo que escribo y ha sonreído muchas veces con satisfacción indescriptible. Y ahora, en este momento, me dice con voz sarcásticamente acariciante: “Acuérdate, amigo, de aquel médico que buscaba a la mula mientras la cabalgaba. Esta noche te pareces a él. Anhelas ser otro. Pero quien tiene un deseo que nadie ha tenido, se encuentra ya, frente a los demás hombres, en el mejor camino para no ser lo que es. Y tú estás en este caso, miedoso y excelente amigo. Te hallas en el umbral de tu alma y quizás ¿-quién lo sabe?—, quizás salgas de ella si no tienes demasiado temor de la oscuridad que hay afuera.”

Y una vez pronunciadas estas palabras se fue a paso rápido, dejando en mi cuarto como un vago olor a incienso.

Jorge Luis Borges le dedicó a este cuento, las siguientes palabras, a modo de prólogo:

Giovanni Papini
Si alguien en este siglo es equiparable al egipcio Proteo, ese alguien es Giovanni Papini, que alguna vez firmó Gian Falco, historiador de la literatura y poeta, pragmatista y romántico, ateo y después teólogo. No sabemos cuál es su cara, porque fueron muchas sus máscaras. Hablar de máscaras es quizá una injusticia. Papini, a lo largo de su larga vida, puede haber sostenido sinceramente doctrinas antagónicas. (Recordemos, al pasar, el destino análogo de Lugones.) Hay estilos que no permiten al autor hablar en voz baja. Papiní, en la polémica, solía ser sonoro y enfático. Negó al Decamerón y negó a Hamlet.

Nació en Florencia en 1881. Según sus biógrafos, era de modesto linaje, pero haber nacido en Florencia es haber heredado, más allá de los dudosos árboles genealógicos, una admirable tradición secular. Fue un lector hedonista, siempre lo movió la dicha de leer, no un apremio de exámenes. El primer objeto de su atención fue la filosofía. Tradujo y comentó libros de Bergson, de Schopenhauer y de Berkeley. Schopenhauer habla de la esencia onírica de la vida, para Berkeley, la historia universal es un largo sueño de Dios, que la crea y percibe infinitamente. Tales conceptos no fueron meras abstracciones para Papini. A su luz compuso los cuentos que integran este libro. Datan de principios de siglo.

En 1912 publicó El crepúsculo de los dioses, título que es una variación del Crepúsculo de los ídolos de Níetzsche, título que es una variación del Crepúsculo de los dioses del primer canto de la Edda Mayor. Pasó del idealismo a un pragmatismo que definió como psicológico y mágico y que no era del todo el de William James. Años después lo invocaría para justificar el fascismo. Su melancólica autobiografía Un uorno finito apareció en 1913. Sus libros más famosos -Historia de Cristo, Gog, Dante vivo, El diablo- fueron escritos para ser obras maestras, género que requiere cierta inocencia de parte del autor.

En 1921 se convirtió, no sin alguna publicidad, a la fe católica. Murió en Florencia en 1956.

Yo tendría diez años cuando leí, en una mala traducción española, Lo trágico cotidiano y El piloto ciego. Otras lecturas los borraron. Sin sospecharlo, obré del modo más sagaz. El olvido bien puede ser una forma profunda de la memoria. Hacia 1969, compuse en Cambridge la historia fantástica El otro. Atónito y agradecido, compruebo ahora que esa historia repite el argumento de Dos imágenes en un estanque, fábula que incluye este libro.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Ray Bradbury.- Crónicas marcianas



"¿Qué criatura es esta, pensaba, tan necesitada de cariño como nosotros? ¿Quién es y qué es esta criatura que sale de la soledad, se acerca a gentes extrañas y asumiendo la voz y la cara del recuerdo se queda al fin entre nosotros, aceptada y feliz?¿De qué montaña procede, de qué caverna, de qué raza, aún viva en este mundo cuando los cohetes llegaron de la tierra?"

"Así es. El hombre, decían, ha de afrontar la realidad. ¡Ha de afrontar el Aquí y el Ahora! Todo lo demás tiene que desaparecer. ¡Las hermosas mentiras literarias, las ilusiones de la fantasía, han de ser derribadas en pleno vuelo! Y las alinearon contra la pared de una biblioteca un domingo por la mañana, hace treinta años. Alinearon a Santa Claus, y al Jinete sin cabeza, y a Blanca Nieves y Pulgarcito, y a Mi madre la Oca... oh ¡qué lamentos! , y quemaron los castillos de papel y los sapos encantados y a los viejos reyes, y a todos los que "fueron eternamente felices", pues estaba demostrado que nadie fue eternamente feliz, y el "había una vez" se convirtió en "no hay más". ... La Bella durmiente despertó con el beso de un hombre de ciencia y expiró con el fatal pinchazo de su jeringa"

"... y dispuestos a dar a aquel mundo extraño una forma familiar, dispuestos a derribar todo lo insólito, escupieron los clavos en las manos activas, levantaron a martillazos las casas de madera, clavaron rápidamente los techos que suprimirían el imponente cielo estrellado e instalaron unas persianas verdes que ocultarían la noche"

"Cuando no se puede tener la realidad, bastan los sueños. No soy quizá la muchacha muerta, pero soy algo casi mejor, el ideal que ellos imaginaron"

"Los marcianos descubrieron el  secreto de la vida entre los animales. El animal no discute su vida, vive. No tiene otra razón de vivir que la vida. Ama la vida y disfruta de la vida." (...) "También en Marte el hombre había llegado a ser demasiado humano, y no bastante animal. Los hombres de Marte comprendieron que si quería sobrevivir tenían que dejar de preguntarse de una vez por todas ¿Para qué vivir?. La respuesta era la vida misma, y vivir la mejor vida posible. Los marcianos comprendieron que se preguntaban ¿Para qué vivir? en la culminación de algún periodo de guerra y desesperanza, cuando no había respuestas"

"Si usted me pregunta si creo en el espíritu de las cosas usadas, le diré que sí. Ahí están todas esas cosas que sirvieron algún día para algo. Nunca podremos utilizarlas sin sentirnos incómodos. Y esas montañas, por ejemplo, tienen nombres...Nunca nos serán familiares; las bautizaremos de nuevo, pero sus verdaderos nombres son los antiguos. La gente que vio cambiar estas montañas las conocía por sus antiguos nombres. Los nombres con que bautizaremos las montañas y los canales resbalarían sobre ellos como el agua sobre el lomo de un pato. Por mucho que nos acerquemos a Marte, jamás lo alcanzaremos. Y nos pondremos furiosos, ¿y sabe usted qué haremos entonces? Lo destrozaremos, le arrancaremos la piel y lo transformaremos  a nuestra imagen y semejanza (...) Nosotros, los habitantes de la Tierra, tenemos un talento especial para arruinar las cosas grandes y hermosas"

Imagen: Zdzisław Beksinski