sábado, 13 de julio de 2013

Werner Herzog.- Fitzcarraldo



"Con la desquiciada furia de un perro que ha hincado los dientes en la pierna de un ciervo ya muerto y tira del animal caído hasta el extremo de que el cazador abandona todo intento de calmarlo, se apoderó de mí una visión: la imagen de un enorme barco de vapor en una montaña. El barco que, gracias al vapor y por su propia fuerza, remonta serpenteando una pendiente empinada en la jungla, y por encima de una naturaleza que aniquila a los quejumbrosos y a los fuertes con igual ferocidad, suena la voz de Caruso, que acalla todo dolor y todo chillido de los animales de la selva y extingue el canto de los pájaros. Mejor dicho: los gritos de los pájaros, porque en este paisaje inacabado y abandonado por Dios en un arrebato de ira, los pájaros no cantan, sino que gritan de dolor, y árboles enmarañados se pelean entre sí con sus garras de gigantes, de horizonte a horizonte, entre las brumas de una creación que no llegó a completarse. Jadeantes de niebla y agotados, los árboles se yerguen en este mundo irreal, en una miseria irreal; y yo, como en la stanza de un poema en una lengua extranjera que no entiendo, estoy allí, profundamente asustado"

(Werner Herzog)

Woody Allen...

 
"La noche de bodas, mi mujer se detuvo en mitad del acto y se puso en pie en la cama para aplaudirme"

Era uno de los chistes que Woody Allen solía incluir en sus monólogos cuando, en sus inicios, actuaba en los clubes nocturnos de Nueva York

Bram Stoker.- Drácula



Del diario de JONATHAN HARKER


12 de Mayo

[...]

Repito las últimas palabras escritas; pero esta vez sin vacilación alguna. No me da miedo dormir en cualquier sitio, con tal de que no esté él. He puesto el crucifijo en la cabecera de mi cama...; supongo que mi descanso estará así más libre de pesadillas, y ahí se quedará.


Al marcharse él, me metí en mi habitación. Un momento después, como no oía ningún ruido, salí y subí la escalera de piedra hasta la ventana desde donde puedo asomarme hacia el mediodía. El paisaje, aunque inaccesible para mí, produce cierta sensación de libertad, comparado con la angosta lobreguez del patio. Al contemplarlo, me di cuenta de que estaba efectivamente en una prisión, y sentí la necesidad de un soplo de aire fresco, aunque viniese de la noche. Me está empezando a afectar esta existencia nocturna. Me está destrozando los nervios. Me asusto de mi propia sombra y me asaltan toda clase de horribles figuraciones. ¡Bien sabe Dios que hay fundamento para cualquier clase de temor, en este lugar de maldición! Me asomé a este escenario sublime, bañado por el resplandor suave de la Luna que lo ilumina como si fuese de día. Bajo esta suave claridad los montes lejanos parecían derretirse, así como las sombras de los valles y gargantas de aterciopelada negrura. La mera belleza me reconfortaba. Cada bocanada de aire que aspiraba me producía paz y sosiego. Al apoyarme en la ventana, mis ojos percibieron un movimiento en la planta baja, un poco a la izquierda, donde imagino, por la orientación de las habitaciones, que se abren las ventanas de la habitación del propio Conde. La ventana en la que estaba yo es alta y honda, con parteluz de piedra que, aunque gastado por la lluvia, aún se conserva entero; pero noté que hace tiempo que le faltaba el marco. Me coloqué tras el antepecho de piedra y me asomé con cuidado.

Lo que vi fue la cabeza del Conde asomada por la ventana. No le vi la cara, pero reconocí su cogote y el movimiento de su espalda y sus brazos. En todo caso, no podían engañarme sus manos, que tantas ocasiones había tenido de examinar. Al principio me sentí interesado y algo divertido, ya que son muy pocas las cosas que entretienen e interesan a un hombre cuando está prisionero. Pero mis sentimientos se convirtieron en repugnancia y terror cuando le vi emerger todo entero por la ventana y empezar a reptar cabeza abajo, con la capa extendida a modo de pesadas alas. Al principio no daba crédito a mis ojos. Creía que se trataba de algún efecto óptico de la Luna, de una ilusión fantástica de la sombra; pero seguía mirando, y comprendí que no podía ser ninguna ilusión. Vi como se agarraban los dedos de sus manos y sus pies a los bordes de las piedras, ya sin mortero por el paso de los años, utilizando de este modo los salientes e irregularidades para descender con bastante rapidez, del mismo modo que andan los lagartos por los muros.

¿Qué clase de hombre es éste, o qué clase de criatura es, con apariencia de hombre? Siento que me está minando el pavor de este lugar; tengo miedo, un miedo espantoso, y no veo posibilidad de escapar; estoy cercado por terrores en los que no me atrevo a pensar...