domingo, 17 de noviembre de 2013

Milán Kundera.- La Inmortalidad


"El famoso pintor Salvador Dalí y su mujer Gala, cuando eran ya muy mayores, tenían un conejo amaestrado al que querían mucho y que no se alejaba nunca de ellos. En una ocasión tenían que hacer un largo viaje y estuvieron discutiendo hasta muy entrada la noche qué hacer con el conejo. Era complicado llevarlo y era difícil confiárselo a alguien, porque el conejo desconfiaba de la gente. Al día siguiente Gala cocinó y Dalí disfrutó de una comida excelente hasta que comprendió que estaba comiendo carne de conejo. Se levantó de la mesa y corrió al retrete donde vomitó al amado animalito, al fiel amigo de su vejez. En cambio Gala estaba feliz de que aquel a quien amaba hubiera penetrado en sus entrañas, las acariciara y se convirtiera en parte del cuerpo de su ama. No existía para ella una realización más perfecta del amor que la de comerse al amado. En comparación con esta fusión de los cuerpos, el acto sexual le parecía sólo una ridícula cosquilla.
Laura era como Gala. Agnes era como Dalí. Había mucha gente a la que quería, mujeres y hombres, pero si por un curioso convenio se estableciese como condición para la amistad que tendría que ocuparse de sonarles sus narices con regularidad, hubiera preferido vivir sin amigos. Laura, que conocía la repugnancia que estas cosas le producían a su hermana, la atacaba: «¿Qué significa la simpatía que sientes por alguien? ¿Cómo puedes excluir el cuerpo de esa simpatía? Si a una persona le quitas el cuerpo, ¿sigue siendo una persona?».
Sí, Laura era como Gala, perfectamente identificada con su cuerpo, en el que se sentía como en un habitáculo magníficamente instalado. Y el cuerpo no era solamente lo que veía en el espejo, lo más preciado estaba dentro. Por eso los nombres de los órganos corporales se convirtieron en componentes predilectos de su vocabulario. Cuando quería expresar la desesperación hasta la que la había llevado el día anterior su amante, decía: «En cuanto se fue, tuve que vomitar». A pesar de que Laura hablaba con frecuencia de sus vómitos, Agnes no estaba segura de que su hermana hubiera vomitado alguna vez. El vómito no era para Laura verdad, sino poesía: una metáfora, una imagen lírica del dolor y el desagrado.".

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