martes, 11 de junio de 2013

Edith Piaf, según Marlene Dietrich



El gorrión de las calles de París. una niña abadonada. Un alma que nació herida [...] Una idealista, una optimista de ojos tristes, manos de princesa, un cuerpo frágil marcado por una infancia llena de hambre. Delicada y robusta, valiente y tímida, que canta desde el corazón, ofreciendo su amor, su amistad, su ayuda e inspiración, creyendo en todo con la poderosa fuerza de su espíritu romántico. El gorrión que se convierte en Fénix.
(Marlene Dietrich en Marlene Dietrich's ABC)

Horrorizada de verla tirar absurdamente el dinero y con tres amantes al mismo tiempo, me comportaba con ella como una prima de provincias. Pero no se daba cuenta. Siempre se mostraba preocupada por sus emociones, por su profesión, por su credulidad en todo tipo de originalidades, por su pasión por el universo en general y determinados seres en particular.
Yo la veía como el pájaro frágil cuyo nombre había adoptado, pero también como la Jezabel cuya insaciable sed de amor debía compensar un sentimiento de falta de integridad, con su 'deformidad' -así la llamaba ella-, su cuerpo frágil y menudo que enviaba al combate como Circe, las sirenas y Lorelei, seductora que prometía todas las delicias del mundo con aquella intensidad sin igual que le era tan característica. Me producían vértigo todos aquellos amantes que yo debía llevar a escondidas a sus apartamentos.



Le rendí los servicios que me pidió. Sin comprender jamás aquella terrible necesidad de amor que padecía, le serví bien. Me apreciaba; incluso es posible que me amara. Sin embargo, creo que sólo era capaz de amar a los hombres. La amistad era para ella un sentimiento vago, cuya sombra se prolongaba hasta el interior de su espíritu y de su corazón. Jamás tuvo tiempo de consagrarse exclusivamente a la amistad. Y tenía razón, porque sus reservas no eran inagotables. Fui su camarera en el teatro y en Versailles, el night-club de Nueva York donde cantaba.

Cuando irrumpió la tragedia, me hice cargo de sus asuntos. Teníamos que ir a buscar a Marcel Cerdan al aeropuerto; ella estaba durmiendo cuando me enteré de que el avión que le transportaba se había estrellado en las Azores y él había fallecido.

Hubo que despertarla a la hora prevista y comunicarle la desgracia. Luego llegaron los médicos y los medicamentos. Yo estaba convencida de que anularía su espectáculo en el Versailles, pero cuando lo discutí con ella por la tarde, me dijo que se atendría al contrato. Tuve que obedecer, juzgué absolutamente necesario pedir al director de orquesta que suprimiera del espectáculo el Hymne à l'amour. Luego acompañé al electricista del teatro a regular los proyectores para suavizar la iluminación. La encontré en su camerino: estaba tranquila. Había decidido cantar el Hymne à l'amour.

Como todo el mundo, tenía miedo de un pasaje de esta canción: Si mueres, yo moriré también. Cantó como si nada hubiera pasado porque nunca dio la impresión de doblegarse a la dura ley del mundo del espectáculo: El espectáculo debe continuar. Se sirvió de su dolor, de su sufrimiento, de su tristeza, para cantar aún mejor que de costumbre.

Durante las noches siguientes permanecimos las dos sentadas en la habitación del hotel sumergida en la oscuridad, cogidas de la mano por encima de la mesa; utilizó todos los medios propios de los desesperados para mantener a Cerdan a su lado. De repente exclamaba "Está aquí, ¿No has oído su voz?" Yo la metía en la cama, esperando que la locura de la desesperación acabara por desaparecer.

Desapareció.

Mucho antes de que tuvieran lugar estos acontecimientos, Edith Piaf anunció que se iba a casar. También afronté entonces la tempestad correspondiente. La ceremonia tendría lugar en una iglesia de Nueva York, y yo sería su testigo; como yo no era católica, Edith Piaf se las arregló para obtener una dispensa especial. Volvió al país de sus recuerdos y supersticiones infantiles y, en una oscura mañana neoyorquina, me dirigí a su habitación para ayudarla a vestirse. Al entrar en la habitación la encontré sentada en la cama, desnuda, conforme a la costumbre. La costumbre naturalmente, estaba relacionada con la creencia de que así la felicidad nunca abandonaría a la joven pareja de recién casados. Alrededor del cuello llevaba una cadenita con una pequeña cruz de esmeraldas que yo le había regalado; parecía estar desesperada en aquella habitación siniestra, a miles de kilómetros de su país natal.



Cuando todo acabó regresó a Francia. Mantuvimos una tierna relación que indudablemente nada tuvo que ver con el amor. Yo siempre respeté sus actitudes y sus decisiones.

Mucho más tarde, cuando se dedicó a la droga, dejé de serle fiel. Aquello era más de lo que yo podía soportar. Aunque comprendía su necesidad de drogarse, conocía mis límites. Pero comperneder no quiere decir aprobar. ¿Qué podía hacer? A pesar de todos mis esfuerzos por ayudar a Edith, topaba contra un muro infranqueable: la droga.

Me encontraba desesperada. Las drogas no eran entonces tan peligrosas como lo son las de hoy en día, pero a la postre eran drogas y renuncié a ayudarla. Seguí queriéndola, pero ahora mi amor era inútil. No estaba sola. Un hombre joven y devoto se encontraba a su lado.

Abandoné a Edith Piaf como a una niña perdida a la que siempre lloraré y echaré de menos, pero a la que también llevaré siempre en lo más hondo de mi corazón.
(Marlene Dietrich en sus memorias; Marlene D. por Marlene Dietrich)



(...Estuvo más cerca que nunca de la eterna sufridora Piaf, salvando la gira americana de la cantante por Estados Unidos en 1948 al presentarle a empresarios y periodistas. Aquellas Navidades en Roma, colgó una cruz de oro de Cartier con siete esmeraldas alrededor del delgado cuello de Piaf, con una nota aconsejándole "Debemos encontrar a Dios" [No estoy seguro del tono utilizado por Marlene] Cuando el boxeador Marcel Cerdan, amante de Piaf, murió en un accidente de avión en 1949, Marlene cuidó, consoló e hizo revivir al Gorrión, y luego la volvió a empujar a los escenarios. Las dos estrellas estaban tan mareadas con el amor que a veces olvidaban dónde estaban. Una famosa velada en el serio hotel Waldorf Astoria de Nueva York interpretaron una versión a dúo de Mon Légionnaire, "a cuatro patas como un par de perras en celo" El recuerdo las hizo ruborizarse durante un tiempo. [...] Su amada Edith Piaf murió en 1963 y fue enterrada con la cruz de Marlene alrededor del cuello.)
(Diana McLellan; Greta y Marlene: Safo va a Hollywood)

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