sábado, 19 de enero de 2013

Los libros viajeros de Cortázar




Cortázar llenaba sus libros de notas y comentarios, a lápiz, y con pluma, y con rotulador y con cualquier cosa que tuviera a mano. Anotaba en francés, inglés o castellano, dependiendo del idioma en que estuviera leyendo, no como Mallarmé cuyos libros, decía, sólo hablaban francés.

Me contaron de Cortázar una historia fantástica; la de esa biblioteca deshojada, volandera, en Italia. Viajaba con su mujer, Aurora, a mediados de los años cincuenta, en tren, y para no cargar con un equipaje innecesario, acostumbraban a comprar libros en las librerías de las estaciones, para los trayectos. Compraban un título que leían juntos, en general primero Julio que, cuando terminaba una página, la arrancaba y se la pasaba a Aurora, sentada a su lado, que cuando acababa de leerla la arrojaba por la ventanilla.


De modo que habrá en alguna parte una biblioteca perdida de Cortázar, una biblioteca secreta. Tal vez para encontrarla sea preciso seguir las vías férreas por toda Italia, de norte a sur y de este a oeste, recogiendo las páginas que Aurora y Julio, Julio y Aurora arrojaban al tren.


Jesús Marchamalo, Tocar los libros, Centro Superior de Investigaciones Científicas, 2008, pág. 63
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