domingo, 14 de octubre de 2012

Carta de Federico Fellini (rechazando el grado Honoris Causa)


Esta carta se la escribió Federico Fellini a Fabio Roversi Monaco (rector de la Universidad de Bolonia) en ocasión de la propuesta de conferirle al maestro de Rímini el grado Honoris Causa. La carta está fechada el 8 de febrero de 1993, cuando Fellini tenía 73 años. Ese mismo año recibiría en Los Ángeles su cuarto Oscar, esta vez a la carrera.

Roma, 8-2-93


Estimado profesor Roversi:

Me he enterado de su generosa intención de honrarme con un grado del glorioso ateneo de Bolonia. Es una señal de estima, de atención a mi trabajo, que me halaga y me honra, a pesar de que una vez más me veo obligado a enfrentarme con un mecanismo psicológico de resistencia sobre el que no tengo mucha claridad, pero que desde siempre me impulsa, con culpa e incomodidad, a renunciar a estas ocasiones festivas. No consigo alegrarme ni soy capaz de participar con el entusiasmo que podría esperarse al recibir noticias de premios, recompensas, honras, cuando se refieren a mi persona: en el mismo momento en el que me las otorgan es como si me estuvieran obligando a reconocerme, indebidamente, en toda su autoridad y oficialidad.

Y de inmediato me hundo en un inquieto malestar, en un estado de infelicidad al que rehúyo por instinto. Intento sacar el cuerpo, y hago lo posible por evitar estas ocasiones. Permítame que le haga una confidencia desenfadada: me siento como Pinocho condecorado por el Decano y el cuerpo de Carabineros por el solo hecho de haberse divertido en el País de los Juguetes; hay una especie de inversión de las reglas de juego que me deja desorientado y descontento. Yo espero que usted, querido profesor, sepa perdonar esta sinceridad con la que por lo general nos dirigimos a un amigo, algo que por lo demás yo no puedo dejar de considerarlo, habiendo sido usted el promotor de esta prestigiosa iniciativa para honrarme. Pero precisamente a causa de este sentimiento le pido un poco de complicidad, y le pido que me crea si le confieso que en la misma medida en que una propuesta de grado de su célebre y antigua universidad me colma de orgullo, al mismo tiempo me llega con la sensación de incomodidad e inadecuación que sentiría si me permitiera aceptarlo. Ya en otra ocasión me vi obligado, por estos límites de mi carácter, a dejar descontentos a algunos amigos entusiastas que habían decidido doctorarme en la Universidad de Urbino, y a desilusionar con mi renuncia al profesor Carlo Bo, que tuvo a bien reprochármelo con afectuosa e inteligente afabilidad.

Créame, es algo superior a mis fuerzas. Me vería obligado a forzarme en un papel, un comportamiento, una actitud mental que no me pertenecen, y que acabaría por vivir con auténtico malestar. Lo único que deseo es que una persona de tan alta doctrina consiga entender —cuando no a compartir mi decisión— más de lo que yo me podría esperar. Y que no vaya a confundir esta actitud mía con esnobismo, o superficialidad, o peor aún con presunción, o bien falta de generosidad con respecto a mi propio oficio, como si no quisiera atribuirle la importancia que los demás muestran reconocerle. Al contrario, precisamente porque me gusta mi trabajo, me siento ya recompensado, y quizás ya premiado, al haber hecho mis películas porque me divertía haciéndolas; y ojalá al seguir haciéndolas, con algo de suerte y con la complicidad y la amistad de las personas que como usted nos muestran que las aprecian con tanta generosidad.

Federico Fellini

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